Juan Pedro Viqueira. Querido amigo. Historiador magnífico e irrepetible.
Las afiliaciones a Morena de Alejandro Murat y Miguel Ángel Yunes han generado unas olas (quizá olitas) de rechazo. El Comité Estatal de Morena en Oaxaca se inconformó con relación al primero y la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, sobre el segundo. Una parte de esas reacciones es sencilla de entender y explicar. Se trata de integrantes de la organización que no quieren militar en el mismo partido que personas a las que consideran impresentables y con las cuales, en el pasado inmediato, sostuvieron conflictos no menores.
Sin embargo, lo curioso (por lo menos para mí), es que el éxito de Morena en alguna medida se debió a que durante una larga etapa no ejerció ningún filtro para recibir afiliados. Se trataba de sumar y sumar y fue un receptáculo de políticos que habían militado en prácticamente todos los partidos o en ninguno, con buenos, regulares y pésimos antecedentes, capaces e improvisados, honestos y corruptos, de izquierda y derecha (si esos términos aún les dicen algo). Todo cabía en el jarrito sabiéndolo acomodar. Ello fue posible porque el pragmatismo se impuso a cualquier otra consideración. Repito: la tarea era sumar.
Una sola condición implícita era necesario cumplir: subordinarse al mando único de Andrés Manuel López Obrador. Si ello se aceptaba, el político renacido y sus huestes entraban a engrosar las filas del partido. Este no era un espacio para la deliberación, sino un organismo para socializar, de arriba hacia abajo, las decisiones del líder. Y les dio resultado.
Ese fenómeno fue posible por el reblandecimiento de las identidades ideológicas que se han vuelto brumosas. Se trata de un fenómeno no solo mexicano, es observable en diferentes partes del mundo, pero entre nosotros ha engarzado perfectamente con la tendencia política mayoritaria, la del oportunismo. Y si esta última designación antes cargaba un cierto tufo peyorativo, ahora (creo) se ha convertido en sinónimo de talento y sagacidad para hacer avanzar los intereses propios, dado que hay que subirse al tren de los ganadores y dicen, además, que a la “oportunidad la pintan calva” (dicho que por cierto no entiendo).
En los lejanos años setenta en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM escuché a un maestro explicar que la entonces espectacular disciplina del PRI (eran los tiempos anteriores al surgimiento de la Corriente Democrática dentro de ese partido) se debía a que era la única plataforma eficiente para ocupar cargos de elección popular y para ser funcionario público. Eso hacía que aquellos derrotados internamente se volvieran a formar en la fila. Los partidos que existían a sus flancos eran más bien marginales o testimoniales. No fue casual entonces que el avance del pluralismo que generó otras plataformas de lanzamiento eficaces, fuera un acicate para sucesivos desprendimientos del tricolor, y esas rupturas a su vez se convirtieron en inyecciones de fuerza para otras opciones.
Tengo la impresión de que Morena quiere ser si no la única, sí la casi única plataforma de lanzamiento, el único o el más que privilegiado conducto del quehacer político. Y, retomando una añeja tradición, el mensaje es que en el partido cabe todo sin importar demasiado la “fauna de acompañamiento” que atrapa al lanzar sus redes.
Por supuesto no conozco en qué terminará el reciente episodio de rechazo a la entrada de Yunes y Murat a Morena. Pero poco habrá de vivir el que no conozca el desenlace.
Profesor de la UNAM