En el marco de un seminario internacional sobre corrupción y política, que se efectuó en la FIL de Guadalajara, Mauricio Merino dio una auténtica lección. Una breve pero sustantiva cátedra de cómo no dejar pasar mentiras, así sean del presidente. Dijo: “en un entorno ominoso” es necesario defender la verdad, el diálogo plural y nuestros derechos. Utilizó tres recursos: a) mostrar evidencias, b) nombrar con claridad al interlocutor y c) saber que en muchos casos no se le habla tanto al potencial dialogante, porque se sabe que es impermeable a los argumentos, sino a terceros interesados.
El presidente “una vez más” había descalificado, sin mayor estudio, la labor que ha realizado el CIDE. Recordó Merino que afirmó “que todos los investigadores del CIDE habíamos sido aliados del neoliberalismo y de las peores prácticas del país. Que habíamos callado como momias ante el saqueo y la corrupción de los gobiernos anteriores”. Pues bien, Merino fue enumerando y mostrando los libros que, sobre los temas de corrupción, transparencia, acceso a la información el Centro ha publicado en los últimos años. Una demostración de que los dichos del presidente eran una rotunda mentira, una invención, un afán de agredir sin sustento.
E hizo algo más: lo aludió directamente. Sorteó las fórmulas evasivas. “Me refiero a él, no a su gobierno, ni a su partido, ni a sus colaboradores”. Explicó que fue el CIDE el impulsor de la Red de Rendición de Cuentas —un esfuerzo de diferentes instituciones y organizaciones sociales—, que ha logrado colocar en el centro de la conversación los temas a los que alude su nombre y que ha realizado denuncias y propuestas que contribuyen a forjar un contexto de exigencia y embarnecen nuestro conocimiento.
Ilustró con argumentos la nociva práctica presidencial de difamar y calumniar, lo que, por supuesto no solo enrarece el espacio público, sino que lo vuelve irrespirable. Porque las mentiras deliberadas causan daño a las instituciones y personas (gravísimo en sí mismo), pero además nos privan de la posibilidad de acercarnos al análisis de los problemas que marcan al país.
Conocedor de las reacciones rutinarias del presidente no fingió ingenuidad: “No espero que rectifique, porque nunca lo hace… los abrazos son para otros”. Y en efecto, todos lo deberíamos saber. Nuestro presidente no está capacitado ni le interesa debatir en serio, pero Merino sabe que hay que intentar llegar a otros con argumentos y pruebas. Y eso hizo.
Fue un pertinente llamado para colocar en el centro del debate público la verdad. Y no valen coartadas. Sé de la dificultad para definir la verdad, pero todos sabemos que hay hechos y evaluación de los mismos. Y que por lo menos los primeros deberían proporcionarnos un piso firme para una discusión medianamente informada y racional. Los dichos de Merino son verdad porque mostró ante el público una nutrida obra publicada. Los del presidente son mentiras porque no responden más que a sus prejuicios.
Y así en otros campos: los asesinatos han crecido, la pobreza también, la pandemia que no cesa ha dejado una estela de muerte y precariedad, etc., y ningún exorcismo retórico debería tratar de negar esas realidades. A partir de reconocer lo que sucede a lo mejor somos capaces de forjar un mejor futuro. Pero por lo pronto, yo no lo puedo decir mejor que Mauricio: “No debemos aceptar que el hombre más poderoso del país, ni nadie, abuse de su condición sin dar respuesta y sin resistencia”.
Profesor de la UNAM