“La mala política afectó a la economía y la mala economía afectó a la democracia”, puede leerse al final del muy bien documentado libro de Ciro Murayama, El futuro que se escapa (Ariel. 2025). Se trata de la revisión de la historia política y económica del país en lo que va del siglo XXI y algunos de sus antecedentes.

Un esfuerzo por pensar a México y evaluar lo que las políticas (neoliberales y populistas) han dejado como una cauda maligna. Si en el marco de las primeras se produjo un auténtico avance democrático, la desatención de la cuestión social sembró un malestar que fue explotado por los segundos. Los populistas, por su parte, si bien retóricamente son antineoliberales, no se han desprendido de una buena parte de los dogmas de sus antecesores (salvo en el muy importante renglón de los salarios mínimos), y se han dedicado a destruir lo alcanzado en términos democráticos.

El acercamiento de Murayama tiene sentido, porque como bien apunta, tenemos frente a nosotros un triple desarreglo: “el resurgimiento autoritario, la incapacidad de crecer y procurar bienestar, y la violencia y anomía social”. No son estaciones inamovibles, son producto de nuestra experiencia reciente… y lejana, y si deseamos vivir en un país medianamente civilizado estamos obligados a atenderlos.

Ciro Murayama ofrece una reconstrucción panorámica e informada del proceso de edificación de la germinal democracia al tiempo que se abría la economía al mundo y se tenía la posibilidad de explotar productivamente el “bono demográfico” (es decir, una población en edad de trabajar mayor que aquella que representan las personas dependientes). Los avances en la vida política están (o estaban) a la vista y Murayama los analiza y reconstruye en ocasiones de manera minuciosa, pero en el mismo periodo, dice con razón, sus constructores se desentendieron de la pobreza y la desigualdad. “No basta con tener elecciones limpias para generar base social suficiente y sostenible para la democracia”. Y explica: “No colocaron en el centro de sus prioridades el combate frontal a la desigualdad con los únicos instrumentos exitosos de los que disponen las naciones para ello: crecimiento económico, la progresividad tributaria, y un gasto público que genere bienes y servicios públicos de buena calidad. No se entendió que, sin resultados tangibles, la democracia pierde base y apoyo social”.

Ese, junto con la democratización del país, fue el caldo de cultivo que edificó el ambiente para que el movimiento populista creciera y llegara al gobierno. El entramado democrático posibilitó su presencia en el escenario electoral, y el malestar generado por una economía estancada, que no ofrecía un horizonte promisorio a las nuevas generaciones, fue eficientemente explotado.

Así, mientras las políticas neoliberales escindieron aún más al país, los populistas han destruido las normas e instituciones que permitieron la construcción de un régimen democrático. El neoliberalismo reblandeció las bases sociales de la democracia y “el populismo consumó el crimen autoritario”. Curioso: unos y otros siguen atados, digan lo que digan, a los dictados neoliberales y en materia de crecimiento de la economía, oportunidades de empleo bien remunerado, atención a los problemas de salud, los rezagos son monumentales.

La salida tendría que ser, según nuestro autor, la reconstrucción de un régimen democrático anudado a una política de desarrollo atenta a las necesidades de su población. Solo se me ocurre una expresión de origen religioso: ojalá.

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