1. En los años 70, grupos de jóvenes, muchos de ellos universitarios, llegaron a la conclusión de que las vías del quehacer político público y pacífico estaban bloqueadas. Era un diagnóstico impregnado por la represión al movimiento estudiantil de 1968 y la artera agresión a la marcha pacífica del 10 de junio de 1971. No fueron los primeros en tomar las armas: ya se había producido el asalto al cuartel Madera (1965), y estaban vivos los grupos armados encabezados por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en Guerrero. Además, la experiencia cubana gravitaba con fuerza en el imaginario político de la izquierda.
Pero en esos mismos años, la mayor parte de la izquierda mexicana seguía trabajando por cauces públicos y pacíficos. Ante el autoritarismo predominante, fundó sindicatos e intentó democratizar algunos, se incorporó y guió luchas agrarias, encabezó reivindicaciones en colonias populares, multiplicó el número de sus publicaciones, fundó partidos y revitalizó los existentes, y, por cierto, no fueron pocos los que sufrieron los embates de la ultra izquierda armada. (Dos casos que viví de cerca: las amenazas de muerte contra líderes sindicales universitarios y el asesinato del profesor y sindicalista del CCH Azcapotzalco, Alfonso Peralta, a manos de la Liga Comunista 23 de Septiembre).
2. Eran años difíciles. La idea (o la ilusión) de la Revolución presidía los discursos. Quienes gobernaban lo hacían a nombre de una revolución que estaba en el pasado y, que según ellos, les otorgaba legitimidad. Mientras la izquierda ensoñaba una revolución que despuntaba en el futuro. No obstante, a pesar de ese clima ideológico, la mayor parte de la izquierda luchaba por reformas, construía organizaciones y ampliaba su asentamiento en la sociedad, colocando sobre la mesa una agenda alternativa e impulsando el proceso democratizador.
3. A fines de los 70 y principios de los 80 se inició un tránsito lento, zigzagueante, quizá inconcluso, de los códigos revolucionarios a los democráticos. Se trató de un doble proceso: acicateado por una realidad cambiante y por el propio debate en las filas de la izquierda. Nuevas realidades y concepciones se anudaron: Valentín Campa como candidato a la Presidencia en 1976 postulado por el Partido Comunista, entonces sin reconocimiento legal; la reforma política de 1977 que abrió la puerta para la incorporación de nuevos partidos, la aparición en la boleta electoral de opciones como el PRT y el PMT, los primeros grupos parlamentarios de izquierda independiente, los triunfos municipales y luego estatales, su coexistencia en el mundo institucional con otras fuerzas, pero además el tránsito a un compromiso con la democracia que requirió una reconceptualización de la idea del cambio social (y que puede encontrarse con toda su pertinencia en la obra de Carlos Pereyra), transformaron a la izquierda de aquellos años. Se entendía que la izquierda era una corriente entre otras, que tenía que vivir y competir en un marco de pluralidad y que lo óptimo para todos era hacerlo en un régimen democrático.
4. Tampoco hay que cerrar los ojos. El compromiso democrático entre algunas franjas de la izquierda parece ser epidérmico. Una cierta fascinación por la violencia (supuestamente purificadora) reaparece de vez en vez. Como si una mala conciencia la acompañara.
5. Y quizá la paradoja mayor sea que la equiparación de una supuesta cuarta transformación con 3 anteriores no repare en la oceánica diferencia que existe entre las primeras y ésta. Las guerras de independencia y reforma y la revolución fueron grandes conflagraciones armadas que generaron, primero, una estela de sangre y destrucción, para luego dar paso a nuevas realidades, mientras el actual gobierno arribó a través de un procedimiento legal, pacífico, participativo, democrático. Por la sencilla razón de que en las décadas anteriores México, y sus principales fuerzas políticas fueron capaces de construir una “feúcha” pero auténtica democracia. Esa sí una verdadera transformación (por cierto, borrada por el ahora discurso oficial).
Profesor de la UNAM