Las que siguen son algunas meditaciones sobre la tauromaquia en México y lo que podría significar su prohibición en un país que, poco a poco, se ha ido alejando de sus tradiciones y viejos rituales. Hacia mediados del siglo pasado, ir los domingos a los toros era, en la gran ciudad, un hábito para la sociedad de aquel tiempo. Sus plazas -el antiguo Toreo y la recién inaugurada Plaza México- daban cabida a todas las clases sociales; a las localidades preferentes -barreras y palcos- iban luminarias de moda del cine y la farándula, políticos de turno y gente adinerada; en los tendidos numerados se acomodaba la clase media, la de los aficionados y entendidos de la lidia. Mas la fiesta era del pueblo llano que, apenas abrían las puertas del coso, acudía en tropel a los tendidos generales, allá en las alturas, muy lejos del ruedo. Un pueblo fervoroso que hacía ídolos a sus toreros preferidos y a los que, en tardes de triunfo, paseaba a hombros por las calles de la capital hasta bien entrada la noche. Ese mismo pueblo podía también arder de ira y armar descomunales broncas si se le defraudaba. En aquel México había auténtica pasión por los toros.
Hoy México es otro; sus gustos han cambiado al ritmo que le ha impuesto la globalidad, el marketing y las redes. La juventud de nuestros días atiende otros llamados y tiene otras preferencias. Abandonada, la fiesta languidece y, salvo en dos fechas emblemáticas al año, el mayor coso taurino del mundo luce semidesierto. A su empobrecimiento ha contribuido el complejo tinglado que lo organiza: autoridades, empresarios, ganaderos, toreros, prensa, apoderados, etc., un largo catálogo de gente que puso siempre por delante sus intereses personales a los del público que los mantiene. De todo ello junto deriva la situación de debilidad con que enfrentan a las corrientes animalistas que demandan su desaparición.
Varias entidades federativas intentaron blindar a la fiesta contra el prohibicionismo con decretos emitidos por sus congresos locales que reconocen a la tauromaquia su calidad de patrimonio cultural inmaterial. Mas hete aquí que la Suprema Corte de Justicia acaba de invalidar esas disposiciones al precisar que “…la fiesta taurina no es susceptible de ser reconocida como patrimonio cultural inmaterial, ya que toda práctica que suponga maltrato, tortura y muerte de animales sintientes con fines de recreación o entretenimiento, no puede considerarse como una expresión sujeta de protección especializada y reforzada bajo los derechos culturales…”, asumiendo que “…sería contradictorio estimar, bajo el amparo del ‘patrimonio cultural’, que el Estado adopte medidas financieras, administrativas y educativas tendientes a preservar y fomentar ciertas costumbres, usos, expresiones, manifestaciones humanas que, aunado al hecho de que no son generalmente aceptadas ni compartidas por la comunidad, tienden al desconocimiento o violación de los derechos…”.
Abierto como está un juicio de amparo que analiza la prohición de las corridas de toros en la CDMX, este dictamen llega en mal momento, en tanto que refuerza la petición de los quejosos. Si gana la condición de cosa juzgada la suspensión de festejos taurinos otorgada a título provisional por el juez que conoce del caso, la pervivencia de la tauromaquía en México estaría, ahora sí, en grave riesgo. Los preceptos introducidos en años recientes a la Constitución y argüidos por la Corte, harán imposible salvarla. Y si cierra la plaza México -faro y guía de la fiesta en el país- afectará a todas las del interior y acabará llegando incluso a pueblos y rancherías que, con sus modestas capeas, dan vida, trabajo y recursos a no pocas ganaderías de bravo y son, además, semilleros de toreros y aficionados.