El presidente tiene prisa; se le nota apurado. Las presiones a que en las últimas semanas ha sometido -sí, sí, sometido- al Legislativo, al INE, al Tribunal Electoral y a la mismísima Corte, dan lugar a pensar que abriga un cierto temor de que la votación de los comicios del 6 de junio acuse una merma significativa al apoyo popular de que ha disfrutado el primer trienio de su gestión. Pareciera que tiene miedo -o por lo menos reservas- de que pudiera cobrar fuerza una corriente de reprobación hacia su peculiar forma de gobernar.
De otro modo no se explica el apremio con que exige apoyo para sus controversiales iniciativas. Su nerviosismo le llevó a advertir a los ministros de la Suprema Corte de Justicia que “… serán cómplices de corrupción …” si no dictaminan a favor el artículo transitorio de la ley que extiende por dos años la presidencia de Arturo Zaldívar. Como esa impugnación, hay otras veintitrés esperando turno en el máximo tribunal del país.
Gabriel Zaid ha visto, en “… el declive de la esperanza que despertó …”, el motivo que hay detrás del intervencionismo con que López Obrador afronta esta elección, incluyendo “…e l de la violencia con que en ella se entromete, aún al margen de la ley …”. A más de poeta y notable ensayista, el más fino observador de la vida política nacional detecta un ángulo del fenómeno que comienza a dejarse notar: la sociedad mexicana está dejando de lado su tradicional sumisión a la figura presidencial y ya no tiene recelos para opinar sin complejos
Esta realidad, que en el pequeño círculo verde se comparte de manera casi unánime, permea incipientemente en el mucho más extenso círculo rojo , aún a despecho de que los sondeos siguen ubicando a Morena por arriba del 39% de la votación que, en el 2018, obtuvo en las diputaciones federales. Expertos en demoscopia sospechan del crecimiento de un voto oculto , y admiten la dificultad de disociar la afinidad del votante con el presidente de la desconfianza que les genera sus frecuentemente impresentables candidatos.
Signos hay de rebeldía donde hasta hace poco sólo había vasallaje reverencial. Una muestra: a más de apoyar al INE en su negativa a registrar como candidatos a la gubernatura de Guerrero y Michoacán a los morenistas Salgado Macedonio y Raúl Morón, el Tribunal Electoral se pronunció -¡sin ningún voto en contra!- en apoyo a los criterios adoptados por el órgano electoral para limitar la sobre-representación en la Cámara de Diputados al 8% que establece la Constitución. Esta decisión puede afectar los proyectos de López Obrador, tanto o más que un mal resultado en la elección misma.
Las reacciones del presidente se tornan cada vez más ríspidas. Además de amenazar con desaparecerlo, llamó “ monstruo ” y hasta “ogro ” al INAI , por haberse atrevido a presentar una acción de inconstitucionalidad contra el Padrón Nacional de Usuarios de la Telefonía Móvil que obliga a entregar sus datos biométricos a toda persona que posea un celular. Lourdes Morales, de la Red por la Rendición de Cuentas, advierte que “… pone en riesgo la privacidad de 86.5 millones de usuarios y abre la puerta para su vigilancia y control …”. Por su parte, López Obrador, argumenta que “… el registro es para proteger al pueblo …”.
Y como remate acorde a la irascibilidad autoritaria mostrada por su jefe la semana anterior, Julio Scherer Ibarra, consejero jurídico presidencial, pronunció una frase para la que sobran los comentarios. El hijo de Julio Scherer García dijo: “… ¡hay que tapar la boca de los reporteros! ...”. El boquiflojo funcionario era niño cuando, en 1976, Luis Echeverría ordenó el asalto al periódico Excélsior que dirigía su padre. Aquel ataque a la libertad de expresión exhibió al desnudo el carácter autocrático del régimen priísta.