El presidente López Obrador puso a consideración del pueblo -el bueno, el malo y el regular- veinte propuestas de nuevas leyes, la mayoría de las cuales -dieciocho- supondrán enmiendas constitucionales; si le son aprobadas, el Estado mexicano discurrirá por una vía distinta por la que transitó los últimos treinta años, en tanto que sobre esas iniciativas habrá de sustentarse el cambio de régimen ofrecido por la 4T. Darlas a conocer a escasos cinco meses de los comicios presidenciales las insertó, a querer o no, en el centro de las campañas electorales, propiciando que su discusión ocurra no sólo entre candidatas y entre diputados y senadores de esta y la siguiente Legislatura sino, también y sobre todo, entre una ciudadanía que hoy se siente concernida por el tema. Esa era su intención y, a fe de este escribidor, lo ha conseguido.
Dadas están pues las circunstancias para que, como nunca antes, la gente atienda al discurso de Claudia y al de Xochitl. Por supuesto participarán en el debate politólogos, ambientalistas, sociólogos, economistas, activistas y tertulianos pero, por encima de ellos, se dejará oír la voz del mandatario que, sin violentar la ley y por obra de su reconocida agudeza política, va a ser el principal protagonista del proceso electoral. En las semanas que siguen y hasta el día de la votación, se sucederán interminables y ríspidos alegatos que habrán de congregar gente habitualmente indiferente a los avatares políticos. Las polémicas trascenderán los mentideros típicos de los “grillos” profesionales y se darán, con encendida y apasionada intensidad, en cualquier sitio, en el trabajo, en el café, en una reunión de amigos y hasta en el ámbito familiar.
Tan inusitado interés se explica por la magnética personalidad de López Obrador y porque lo que se va a dirimir es el modelo de país que tendremos los próximos años… y tal vez las siguientes décadas. Si Morena alcanza la mayoría calificada en ambas cámaras sería de esperar que, antes de su aprobación, tanto la Reforma Político-electoral y como la del Poder Judicial sean sometidas a una revisión que corrija por lo menos dos conceptos que atentan, el uno, contra la esencia misma de la democracia al eliminar los diputados plurinominales, y el otro, contra la más elemental sensatez al elegir jueces y magistrados a través del voto popular. Lo anterior no obsta para reconocer que, ambos espacios, el de la representación política y el judicial, están urgidos de una estructuración de fondo que ha de abarcar muchos otros puntos.
Por otro lado, el esfuerzo del presidente por abatir la pobreza y atenuar la ominosa desigualdad que priva en la sociedad mexicana arroja resultados promisorios. Su éxito hace suponer que, si se aprovechan esas primeras experiencias los programas asistenciales se perfeccionarán y sí se siguen mejorando los salarios y las pensiones, más temprano que tarde la pirámide social tendrá otro dibujo, objetivo prioritario de la Cuarta Transformación. Y al incorporarse a la Carta Magna no serán ya gracia presidencial sino legítimos derechos ciudadanos. Con ello, y con la concreción de obras emblemáticas del sexenio en los meses que faltan a su mandato, López Obrador habrá ya configurado el escenario del inevitable triunfo de Morena y sus candidatos.
La estrategia obradorista tomó a la coalición opositora PAN-PRI-PRD con el paso cambiado. Sin propuestas conocidas y con sus impresentables líderes dedicados a colocar sus nombres y los de sus allegados en las listas plurinominales, dejaron a su candidata sin otro plan que atacar, de continuo el trabajo y las palabras del presidente. Responsabilidad de ellos es haber vuelto la elección un referéndum para aceptar o rechazar a Andrés Manuel, su proyecto, su movimiento y por supuesto su candidata. Craso error, tomando en cuenta que la aceptación que tiene el tabasqueño asegura la victoria de Claudia Sheimbaun y la continuidad de la 4T.