Ya no me atormento. Ya para qué. Ya todo se acabó. PML

Lo fue todo… menos presidente de la República. Visionario, audaz y dueño de una inteligencia fuera de lo común, Porfirio fue el cerebro de la transición democrática mexicana. Se ha ido un personaje político en verdad excepcional. Su notable ejecutoria está a la espera de un biógrafo veraz que reseñe sus luces y sus sombras. Descanse en paz.

En el gobierno o fuera de él, Muñoz Ledo influyó determinantemente en nuestra vida republicana, merced a la claridad de su pensamiento y al temple de su carácter. Era un guerrero, y como tal, sufrió derrotas de las que se levantaba  siempre con otros planes renovadores. Desde el sexenio de Echeverría hasta el de López Obrador, su visión de estadista arrojó luz sobre el quehacer político de quienes, con menos merecimientos que los suyos, gobernaron México. En privado admitían su superioridad intelectual, pero en público su cercanía y su honestidad les resultaba incómoda. Preferían tenerlo lejos. El verbo de Porfirio se escuchó en muy diversos foros: en la ONU -donde presidió su Consejo de Seguridad-, en la Unión Europea, y en la Celag y el Parlatino, dejando en todos ellos la impronta de su inteligencia y arrojo. Fincadas primero en la afinidad política y luego en la mutua admiración personal, mantuvo sólidas  relaciones de amistad y entendimiento con los líderes más prominentes de la socialdemocracia internacional, como el alemán Willie Brandt, el sueco Olof Palme, el portugués Mario Soares, el brasileño Fernando Cardoso y el chileno Ricardo Lagos. Su destreza diplomática fue proverbial: lo mismo era bien recibido por el palestino Yasser Arafat que por el cubano Fidel Castro, personajes ambos rodeados de rigurosísimos equipos de seguridad. Político total lo llamó el periodista Salvador Camarena en acertada definición.

A principios de 1987 fue que conocí personalmente a Porfirio. Urdía en ese tiempo la creación del Frente Democrático Nacional -FDN-, coalición de partidos y agrupaciones diversas de izquierda que, en julio de 1988, habría de enfrentar a Carlos Salinas, el candidato del sistema. Antes he de referirme a las varias reuniones que en Madrid tuvieron Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas y Rodolfo González Guevara, a la sazón embajador de México en España y principal teórico del nacionalismo revolucionario, la corriente priísta que se oponía a la doctrina neoliberal que impulsaba el presidente de la Madrid y sus adláteres conservadores. Allá, en 1986, nació el proyecto de lanzar la Corriente Democrática y allá también empezó a germinar la idea de gestar una opción diferente, fuera del PRI, si el dedazo favorecía a la derecha oficialista. Consumada la escisión, los confabulados precisaban un emblema, un totem, un nombre inspirador alrededor del cual se conformara un movimiento popular con arrastre suficiente como para vencer la maquinaria electoral de un priísmo, claudicante de sus principios. Lo tenían: se llamaba Cuauhtémoc -“el águila que desciende”- y se apellidaba Cárdenas, como el bien amado Tata Lázaro, aquel que reivindicó el derecho del pueblo a sus tierras. El elegido parecía tallado en madera, hablaba poco y había heredado de su padre el general  la tenacidad… pero no su sagacidad ni su sapiencia. Porfirio ignoraba que, al inventarlo, le daba vida a su némesis.

Lo que siguió lo conocen todos: el fraude que hizo presidente a Salinas y el inicio de una larga lucha por conquistar la democracia electoral que el régimen le negó al país sistemáticamente. En todos los pasos que en esa dirección se dieron estuvo siempre presente la mano y la sabiduría política de Porfirio. No hubo mesa de negociación de la que se levantase sin lograr algún progreso en materia legislativa y/o en la aquiescencia de la opinión pública. Como senador de la República y como líder nacional del PRD discurrió diferentes espacios de interlocución con el gobierno -v.gr. el Seminario del Castillo de Chapultepec- que, entre otros avances democráticos irreversibles de relevancia, condujeron a la creación del IFE, después a su ciudadanización plena y, finalmente -en la Reforma de 1997-, a su consagración como órgano autónomo del estado. Y luego, como diputado federal, escribió otra página clave en la historia de la transición mexicana, al liderar la toma legal del control de San Lázaro por los partidos de oposición, evento que ya presagiaba la derrota del PRI, tres años después, en los comicios federales por la Primera Magistratura de la Nación.

Acotación necesaria.- Muchas hechos importantes y muchos nombres destacados que debí mencionar se quedaron en el tintero. La vida de un político como Muñoz Ledo no cabe en el reducido espacio de un artículo periodístico.

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