El debate sobre la jornada laboral de 40 horas cobra fuerza en México. Reducir horas de trabajo, en principio, implica reducir también productividad y competitividad, el argumento que aumentar la eficiencia compensaría las horas no trabajadas, simplemente es insostenible, la capacidad productiva se mermaría, los costos se encarecerían, se reduciría la plantilla laboral y se estimularía la inflación. Países como Alemania o Dinamarca han reducido la jornada laboral con éxito, pero lo hicieron en contextos de alta productividad y diálogo social en economías estables con bajo desempleo. En momentos de recesión o crisis económica, dicha medida operaría como bumerang. La perspectiva económica de México es por demás delicada, colocado en el umbral de un incierto escenario de definición comercial.
El T-MEC comienza a crujir. El voraz Donald Trump, quién de los aranceles y la amenaza de elevarlos ha hecho el pan de cada día, probablemente complicará la renegociación del tratado al grado de llegar a rescindirlo. Para Trump, el comercio no es cooperación, es guerra, el déficit de Estados Unidos con México constituye una bochornosa humillación, por lo que no refrendará el tratado comercial con sus dos colindantes vecinos, a menos que le reporte sustancial ventaja. Trump intenta “convencer vía aranceles” a las plantas estadounidenses instaladas en nuestro país, principalmente del sector automotriz y electrónico, a considerar la conveniencia de reinstalarse en su país. El 88% de estas plantas operan bajo reglas de origen del T-MEC. Existen componentes que cruzan hasta ocho veces la frontera durante su fabricación, usando insumos de E.U., México y otros países. El 86.7% de exportaciones mexicanas de autopartes y el 80.8% de vehículos terminados se destinan a E.U. En cuanto a electrónicos, 55% de exportaciones van dirigidas a Estados Unidos.
De cancelarse el T-MEC México perdería acceso preferencial al mercado estadounidense, se impondrían aranceles, se retraerían inversiones y aumentaría la inflación. Todo eso, sumado a una economía que lleva tres trimestres al hilo sin crecer, ¿podemos darnos el lujo de trabajar menos horas sin afectar la producción? Los distintos organismos empresariales -Coparmex, Concamín, CCE- han expresado preocupación sobre el tema, no se oponen por capricho, sino porque sus cálculos indican que la reforma podría costar hasta 300 mil millones de pesos anuales en ajustes de turnos, contrataciones adicionales y reorganización de procesos. La Concanaco se manifestó al respecto: “El costo real que implicaría para una micro empresa la implementación de la jornada laboral de 40 horas, sin la reducción salarial y sin apoyos, generaría en una Mipyme, en un solo trabajador, 65 mil 793 pesos, por concepto de seguridad social, vacaciones adicionales, aguinaldo y derivado de impuestos vinculados con la jornada anual. Este monto representa la diferencia entre subsistir o cerrar para muchos negocios familiares”. Claudia Sheinbaum se inclina por una reforma paulatina, bajo consenso con empleadores, sindicatos y trabajadores. La meta: lograr 40 horas semanales para enero 2030.
¿Queremos una semana laboral de 40 horas? Por supuesto, pero no a costa de más desempleo, menos inversión y una economía más frágil. El derecho al descanso es fundamental, pero también lo es el derecho a tener un trabajo. En tiempos difíciles, las buenas intenciones pueden ser peligrosas si no se miden con responsabilidad.