No me complace la política nacional. No me complace su tono, su mezquindad ni su farsa. No importa el color, el emblema ni los supuestos principios, todos han terminado envueltos en el mismo pantano de intereses y simulaciones. Se insultan por corruptos cuando comparten similares prácticas, se acusan de mentir mientras construyen sus campañas sobre falsedades, se presentan como diferentes, pero se parecen demasiado.

No me complace Morena, nacida como la promesa de una regeneración moral que acabó reproduciendo los vicios de aquello que juró desterrar. Su lema de no robar, no mentir y no traicionar ha sido arrasado por la realidad. Hoy abundan los casos de corrupción, el encubrimiento, la manipulación de la justicia y la soberbia del poder absoluto. Morena se volvió lo que combatía, una maquinaria de control que confunde lealtad con sometimiento, capacidad con disciplina. Destruyendo contrapesos y equilibrios, se militariza aduanas, trenes, aeropuertos, seguridad.

No me complace el PRI, sin memoria ni rumbo. Del partido que alguna vez significó estabilidad, institucionalidad y la construcción de un Estado moderno, hoy queda un remedo de sí mismo, sin ideas, sin cuadros, fracturado, sin convicción. Su pecado histórico fue la corrupción y su tragedia actual es la irrelevancia.

No me complace el PAN, partido que confundió la moral con la superioridad, habiendo tenido en sus manos la oportunidad de demostrar que podía gobernar con principios, desperdiciando el poder entre pleitos internos y ambiciones personales. Partido que dejó de ser un proyecto ético para convertirse en un club de feudos, donde la pureza ideológica se volvió excusa para la ineptitud. Hoy el PAN decide reinventarse, o sea, dejará de ser lo que actualmente es.

No me complace Movimiento Ciudadano, su estrategia de que “ni con unos ni con otros”, podría sonar audaz, pero en los hechos es una renuncia a incidir en el destino del país. Prefieren preservar la pureza de su marca antes que sumar por el bien común. Si juntos no alcanzan, menos cada uno por su lado.

No me complace la fauna satelital, los Verdes sin vergüenza, los del Trabajo sin trabajar, los de registro efímero, buscadores en la política de un modus vivendi, no de un ideal. No me complace la frivolidad de quienes reducen la política a un espectáculo de memes y consignas. No me complace que en México la política haya dejado de ser una herramienta de transformación para convertirse en una industria del poder en que la oposición debe conformarse con sobrevivir y el gobierno con dominar, no me complace que la corrupción sea práctica común entre adversarios.

Sobre todo, no me complace que el país se resigne, que los ciudadanos asuman que así son las cosas, que nada puede cambiar, que todo está podrido. Precisamente, la estrategia del sistema es convencernos de que la esperanza es ingenua, sin embargo, confío en la reacción de compatriotas renuentes a rendirse ante la impunidad y el cinismo.

México no necesita partidos que se odien entre sí, sino políticos capaces de anteponer la nación a sus subjetivos intereses. Si juntos no pueden, menos divididos, si los partidos no aprenden a unirse por el país, quedarán unidos por el desprecio ciudadano.

Analista

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