Una de las principales y bien conocidas estrategias de posicionamiento, ascenso y gobierno de López Obrador, fue la diferenciación entre él y su movimiento frente al resto de la población mexicana. Su prédica y gobierno se fundaron en la idea de que él y sus correligionarios eran de izquierda y el resto de derecha. El epíteto funcionó por provenir de su fugaz posicionamiento entre priistas inconformes o por vehicular sus ascensos en el Partido de la Revolución Democrática. Sus actuaciones posteriores en los gobiernos tanto capitalino como nacional mostraron que la prédica progresista no se realizó en los hechos ni en las normas, salvo que se asuma que las becas, las pensiones y los apoyos fueron ajenos a la conformación de sus clientelas electorales.

Heredera de mucho del obradorato, la presidenta Sheinbaum ha reiterado la misma prédica para reconstituir la consabida división entre la buena y generosa izquierda que ella encabeza, y la mala y generalizada derecha que se le opone. Sus primeras incursiones en la política estudiantil y su pertenencia a distintos movimientos sociales le han permitido significar sus quehaceres como de izquierda, sin que, por lo demás, haya avanzado mucho más que su antecesor en la rentista dirección que le legó.

Después de años de campañas obradoristas y gobiernos morenistas, López Obrador y sus correligionarios han introyectado la idea de que el bienestar y la esperanza de México dependen de ellos, así como de su autoproclamado pensamiento de izquierda. Mediante un proceder fundamentalmente discursivo, han monopolizado parte de las expectativas de futuro de los mexicanos al hacerlos suponer que, más allá de Morena y de su presunto pensamiento de izquierda, no hay salvación. Que, por lo mismo, cualquier idea que difiera de su proyecto y su presencia, es mala, carroñera, perversa, fifí u otros adjetivos que, finalmente, aluden a la derecha y son contrarias al México verdadero que solo ellos entienden y representan.

Independientemente de la persuasión que obradoristas y morenistas han logrado con su simplona y confrontacional narrativa, han conseguido alienar a un amplio y creciente número de personas en el país. Si ni el obradorismo ni el morenismo han logrado mejorías en las condiciones de vida de la población, si lo que hay no es mejor a lo que había, ¿para qué sirven Morena y sus aliados? La primera y obvia respuesta es que ello no es motivo de preocupación, pues al estar en una democracia formal, corresponderá a las urnas determinar permanencias o sustituciones. Aparte de esta respuesta estrictamente electoral, hay un aspecto con alcances mucho más serios que es necesario considerar.

Es el que tiene que ver con la compleja aceptación del derechismo como vía de solución de los problemas que la política morenista y su autoadscrito carácter de izquierda no pueden resolver. La idea de que las soluciones a los males nacionales no sólo pasan por el desplazamiento electoral de Morena, sino por la “necesaria” aceptación del derechismo y de aquello que suele implicar. Además de la excluyente imposición de su entendimiento de los valores de orden, progreso, familia o paz, también, y destacadamente, la de los modos de alcanzarlos cotidianamente.

Los morenistas y sus aliados han logrado ser gobierno, pero no han comprendido las responsabilidades que ello implica frente a la nación mexicana y no sólo respecto de sus correligionarios y simpatizantes. No han querido asumir que la excluyente vinculación con los suyos, para alcanzar y mantener el poder los hace responsables de los efectos que su simplón binarismo está causando en la población, al extremo de alienarla en un derechismo conocido y temible.

Ministro en retiro de la SCJN. @JRCossio

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