En medio de tantos cambios en el orden mundial, se vuelve innegable la presencia y rápida expansión de un espectro: el iliberalismo. Desde democracias que, antes de madurar, se han convertido en autocracias, hasta la propagación de modelos cuya idea de competencia es copiar los esquemas de fabricación de casi cualquier bien y abaratarlo al punto de dejar fuera a cualquier otro productor. Y aunque, así sin nombrar actores, estos ejemplos pueden sonar cercanos, el iliberalismo no es algo de reciente creación.

Claro que hoy es imposible pensar en iliberalismo sin ver la política económica que ha predicado el presidente Trump desde que regresó a la Casa Blanca. Este atentado contra el orden económico creado, en buena parte, por Estados Unidos, hubiera sido inconcebible hace unos meses. Pero para dar perspectiva histórica, hay que mirar hacia el final de la década de los 70.

Como muchos de los cambios de paradigma, este encontró su razón de ser en una crisis. Una economía agrícola con una pobreza incesante provocada por un fallido proceso de reforma. El mundo cambiaba y empezaba a explorarse lo que años después sería el libre comercio. Salir de la crisis implicó abandonar la economía agrícola planificada, pese al régimen de partido único, para convertirse en una economía manufacturera. Había que crear un mercado interno sin que ello significara apertura política. A la fecha, China mantiene este régimen híbrido, en el que coexisten el mercado y el autoritarismo: inversión extranjera dirigida a sectores estratégicos, régimen cambiario de flotación, control del mercado y salarios más bajos que en países desarrollados.

Hoy, aquel país agrícola en extrema pobreza compite con Estados Unidos por ser el principal socio comercial del mundo (U.S. Census Bureau, 2024). China se ha convertido en un taller de ensamblaje global, lo que le permite copiar y dominar el proceso de producción de muchos bienes elaborados por otras economías. Esta disputa no es tan inquietante como la afinidad del paradigma chino con economías en las que prevalecen altos niveles de informalidad laboral y mercados negros. Así, la competencia deja de ser a nivel país para ser contra los productores locales y artesanos. La expansión del paradigma se basa en haber demostrado la viabilidad de combinar dos fuerzas aparentemente opuestas.

La guerra comercial que hoy encabeza Estados Unidos es solo una muestra de la creciente tendencia hacia el iliberalismo en el mundo. Prueba de que no se trata de un cambio comercial superficial son la incesante preocupación por reducir el déficit comercial, la restricción al gasto gubernamental en programas sociales históricamente prioritarios y la reciente amenaza de la Casa Blanca a la autonomía de la Reserva Federal.

En otros países que habían logrado avances en apertura económica, el poder también se está concentrando. Cada vez más gobiernos intervienen en el mercado, la destrucción institucional es constante, hay gran preferencia por empresas estatales y, en general, se erosionan los Estados de Derecho. La destrucción de valor en los mercados accionarios, las fluctuaciones irregulares en las monedas y la creciente incertidumbre son solo algunas señales de que el mundo trata de adaptarse a la sombra del espectro iliberal.

@JosePabloVinasM

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