El Premio Nobel de Economía de hace un año reconoció los estudios sobre la relación entre la construcción de instituciones y la prosperidad de las naciones. Una de las obras de Daron Acemoglu y James Robinson, dos de los tres galardonados en 2024, toma como ejemplo el caso mexicano para explicar “por qué los países fallan”. Este año, el trabajo de los premiados vuelve a dar luz sobre la situación actual de la economía mexicana.
Las recientes contribuciones muestran que, hoy, la riqueza de las naciones es impulsada, principalmente, por las instituciones y por la innovación. Las instituciones, entendidas como el conjunto de reglas de la vida política y económica, pueden ser extractivas o inclusivas (Acemoglu y Robinson, 2012). Las primeras son aquellas que disuaden los incentivos y oportunidades de creatividad y emprendimiento en la sociedad. Las segundas los propician. La innovación se da por la vía de la destrucción creativa, que ocurre cuando nuevas tecnologías reemplazan las viejas al destruirlas, una especie de mutación industrial en la estructura económica (Schumpeter, 1943).
Un país en el que predominan las instituciones extractivas es uno en el que también lo hacen la desigualdad y la pobreza. Incluso en zonas de aparente prosperidad, como el norte mexicano, la desigualdad se hace patente. La ciudad de Nogales vive una dualidad que la ilustra. Al norte está Nogales, Arizona, donde los hogares tienen un ingreso promedio tres veces mayor que en Nogales, Sonora, al sur (Acemoglu y Robinson, 2012). La ubicación y otras condiciones del entorno las hacen prácticamente una misma ciudad, aunque con ingresos, acceso efectivo a derechos, escolaridad y hasta esperanzas de vida muy distintas. Un mismo país también puede tener muy diversas realidades. Si se ordenara a la población mexicana en 10 grupos ascendentes según sus ingresos, el último ganaría alrededor de 14 veces más que el primero (INEGI, 2025).
El Nobel de Economía de este año premia los trabajos que explican que la innovación es uno de los grandes motores para el crecimiento económico sostenido. Es cierto que no es una métrica absoluta de bienestar, empero, los datos muestran una relación directa entre crecimiento sostenido y mejoras notables en la calidad de vida de las personas. El crecimiento es un proceso que trae ganancias y pérdidas (Aghion y Howitt, 1992). En economía difícilmente se observan resultados absolutos o soluciones únicas. La innovación, a fortiori, trae consigo obsolescencia. Este es el planteamiento esencial de Joseph Schumpeter: los productos –e ideas– nuevos reemplazan lo viejo, que se vuelve obsoleto. Algunas firmas ganan, otras pierden. El saldo del trade-off es claro: los caminos viejos no conducen a destinos nuevos.
En México, no es casualidad que los mayores progresos se hayan dado durante los periodos de ilustración institucional. Así como no es posible entender –ni concebir– el bienestar sin un buen desempeño económico, el plano económico no puede desentenderse del institucional. La lección está en distintos capítulos de la historia mexicana. En uno de los últimos periodos –quizá el penúltimo– de construcción de instituciones inclusivas, las reformas y la apertura económica transformaron al Estado y desembocaron en la apertura política del 2000. Un periodo con tantos beneficios como costos, pero definido por el cambio y la innovación.
Sin innovación no es posible crecer. La innovación requiere de un conjunto de factores que permitan canalizar la destrucción creativa a un equilibrio en el que realmente se maximice el bienestar social. Sin instituciones sólidas, educación de calidad, claridad en las reglas del juego y derechos de propiedad bien definidos, son solo unos cuantos los que pueden innovar y beneficiarse. Es necesario cambiar para avanzar.
@JosePabloVinasM

