Para resolver un problema, lo primero es aceptar su existencia. Esto pasa en muchas áreas de la vida. Es el caso, por ejemplo, de las dependencias: al alcohol, al tabaco, otras sustancias, la comida, las apuestas y muchas más. Cuando la persona afectada se resiste a aceptar lo que le pasa, cuando insiste en negar que algo está mal, el problema continúa y tiene altas posibilidades de empeorar.

En los ejemplos señalados se trata de casos personales en los que el afectado es un individuo, aun cuando los efectos se extienden a la familia, los compañeros de trabajo e incluso a otros sectores de la sociedad como pasa con un individuo que, bajo los efectos de una sustancia, maneja y arrolla a otras personas.

También hay casos en los que el asunto involucra a grupos, sectores o incluso al conjunto de la sociedad. Por supuesto, este el caso de las acciones de gobierno, el del diseño y aplicación de políticas públicas, de lo que se hace desde las estructuras del Estado, pero también el de las omisiones, el del engaño, el de la rendición del conocimiento a los intereses políticos, el del uso reiterado y cínico de la mentira. Este fue el sello del gobierno de López Obrador que por desgracia todavía se mantiene.

Esto pasó y continúa presente en muchas áreas de la vida colectiva. Sin duda alguna, el peor de los espacios fue el de la salud. El resultado de la gestión de Jorge Alcocer y su jefe real, el subsecretario Hugo López-Gatell, fue el de entregar cientos de miles de muertes que pudieron y debieron evitarse; el del debilitamiento del servicio público de salud y la privatización de los servicios; el del desabasto o el de la pérdida de los niveles de vacunación, entre los menores.

Sin embargo, se debe reconocer que esto no significa que en 2018 todo estaba bien. En el país existen problemas persistentes, algunos con décadas de evolución. Este es el caso del presupuesto de salud que ha sido insuficiente de forma crónica aun cuando entre 2003 y 2015 tuvo un incremento significativo, en particular el destinado a la población sin seguridad social. A esto se deben agregar los efectos de las transiciones demográfica y epidemiológica que generan mayores necesidades presupuestales.

Por eso preocupa lo que al respecto se ha decidido desde el gobierno. El miedo a ofender e incomodar a López Obrador se ha impuesto por encima de la realidad, de la responsabilidad adquirida y, especialmente, de las necesidades de la población. Sostener que el sistema de salud está mejor que en las dos primeras décadas del siglo es solo una ilusión y no ayuda a plantear una verdadera reforma integral del modelo que es urgente poner en marcha.

Mantener un sistema como el que tenemos –fraccionado, dependiente de las características laborales de las personas, sin los recursos requeridos, con el rezago acumulado y el surgimiento de nuevas necesidades– no contribuirá a mejorar las condiciones de salud de la población. Varios países de nuestra región nos han superado en muchos indicadores. Este es el caso, por ejemplo, de Argentina, Costa Rica, Cuba, Chile, Colombia y Uruguay.

Pretender cambiar esta realidad solo con buenos deseos es mantener el deterioro. Todo debe iniciar con la aceptación de la existencia de nuestros problemas, incluidas la división y la falta de diálogo que nos afectan y debe continuar con el diseño de la reforma, la asignación sostenida de mayores recursos y la puesta en práctica del nuevo sistema. Está claro que resulta indispensable reconocer para resolver.

Exrector de la UNAM

@JoseNarroR

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