Iniciamos un año nuevo y lo primero que hago es desear, a todos los lectores y a sus seres queridos, que este nuevo ciclo esté lleno de salud, armonía, paz interior y realizaciones. Ahora toca continuar con la oportunidad que me brinda EL UNIVERSAL. Asuntos para comentar sobran. Lo mejor sería escribir sobre los problemas de fondo de nuestro país, la pobreza ofensiva que nos acompaña desde siempre o la desigualdad que también es secular; sobre nuestros problemas en el campo de la educación; sobre los relativos a la salud, agudizados por el terrible manejo de la pandemia y las pésimas decisiones en materia de las políticas de salud; sobre la inseguridad y la violencia que afectan casi toda nuestra geografía. “A México le duele todo”, me dijo hace años una mujer maravillosa, tenía y tiene toda la razón.
Sin embargo, me vence la tentación de escribir sobre algún asunto fundamental, pero de coyuntura. Aquí, de nueva cuenta, sobran los temas. La mal llamada reforma electoral; las campañas anticipadas y el cinismo; el reiterado engaño del presidente de que, ahora sí, este año tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca; o las trapacerías del presidente del PRI. Sin embargo, he decidido compartir con los lectores una preocupación de fondo que se acentúa por el tema de la ministra Esquivel y el probable plagio que le permitió presentar el examen profesional para obtener el título de licenciada en derecho. Lo hago porque me preocupa que a las numerosas crisis que nos afectan, se sume una más. Veamos.
Estamos en medio de un conjunto de crisis que afectan lo social, la economía, la política o la salud. Sin embargo, lo peor que nos podría pasar es que cayéramos en una crisis moral. Explico. Cuando los valores se transgreden se está en un problema, pero cuando además la colectividad se acostumbra a lo indeseable, se entra en una zona crítica. Eso nos sucede. La mentira se ha normalizado y la soportamos cotidianamente. Con la violencia pasa lo mismo y pronto se superará la cifra de homicidios en el peor sexenio de las últimas décadas. El embarazo en niñas de trece años y menos indigna a pocos. Las incontables muestras de trampas, fraudes, enriquecimiento ilícito y desvío de recursos públicos son toleradas casi sin protesta y con escasos correctivos. Hemos normalizado lo horrendo. Es cierto el señalamiento de Frenk, quien ha definido el panorama como el de “una sociedad anestesiada”.
Como si tuviéramos margen adicional, ahora se enfrenta un tema de plagio académico y las subsecuentes mentiras, engaños y fabricaciones. Un asunto que debió quedar resuelto con el reconocimiento de los hechos por quienes cometieron la falta, se ha enredado más. Lo peor es que se trata de una ministra que aspira a presidir la Suprema Corte de Justicia y de una profesora que sabe la verdad, porque ella armó la chapuza, además de que mintió y fabricó supuestas evidencias. Qué malo que estas cosas pasen en la UNAM, pero qué bien que la reacción de la institución y su rector sean dignas y valientes y consistan en reconocer el problema, plantear “acciones para evitar la repetición de sucesos reprobables como (esos)”, señalar que “la verdad está en (la) esencia (de la Universidad) y constituye un valor fundamental de (su) quehacer”, además de rechazar que por “disputas ajenas” se pretenda vulnerar a la universidad de la nación. Este penoso asunto debe servir para cambiar el rumbo, para regresar a la ruta de la ética y evitar que se profundicen las crisis que enfrentamos.
Exrector de la UNAM. @JoseNarroR