En México se viven tiempos complicados. Desde hace seis años los tambores de guerra no han cesado de repiquetear. Liderado en su momento por el presidente, el grupo en el poder se dispuso a sembrar rencor; a estimular la división y el enfrentamiento; a cerrar las vías del diálogo con los que son diferentes. La respuesta de los contrarios a eso fue igualmente nociva y lo que se consiguió fue mayor polarización y encono, al tiempo que se generó indiferencia entre muchos ciudadanos.
Los dos bandos anticiparon los tiempos electorales con toda impunidad. El gobierno federal hizo uso indebido de los recursos presupuestales, de los programas sociales y de los medios de propaganda, además de ganar los espacios de calificación y arbitraje de la contienda política. Todo ello permitió ganar la elección y obtener una sobrerrepresentación en el Congreso, que en la Cámara de Diputados se refleja en que, con poco más del 54 por ciento de los votos se les asignó el 73 por ciento de los diputados.
Por otra parte, hay que insistir en que las oposiciones no han estado a la altura de los requerimientos del país. Han carecido de liderazgos con autoridad moral. Por el contrario, han estado llenos de intereses personales y de grupo, de autocomplacencia y de cortedad de miras. Varios de sus legisladores decidieron desconocer su militancia, su supuesta ideología y lo que sus partidos hicieron por ellos, para, comodinamente, cambiar de bando. Cuando sea el tiempo de la revisión de cuentas, habrán acumulado muchas e importantes facturas con la Historia y la República.
La sociedad, para variar, tampoco ha hecho lo que le toca. Los ciudadanos hemos sido permisivos, hemos estado distantes cuando no hemos desaparecido. Casi cuatro de cada diez incluidos en la lista nominal decidieron ausentarse de las urnas y, con la coartada de “para qué votar si todos son iguales”, decidieron no tomar partido y tampoco ejercer una abstención activa, anulando la boleta, como si todo aquello fuera lo que a México le convenía.
Ahora estamos en vísperas de la colisión, en medio de la incertidumbre y próximos a entrar en una crisis constitucional que acelerará las otras que se anticipan: la económica, la política e incluso la moral. No es verdad que ese fuera el mandato de la voluntad popular. No lo es, porqué nunca se puso a votación anular el equilibrio de los poderes públicos y concentrarlos en la presidencia del país. Nunca se pidió optar por cambiar nuestra organización política para dejar de ser “una república federal, democrática, representativa… compuesta de estados libres y soberanos”.
Tampoco es verdad que los 32.6 millones de votos que recibió la coalición gobernante en la elección de diputados, puedan justificar las violaciones a los procedimientos legislativos, el incumplimiento de los tiempos, la desmesura de las decisiones y la aplicación de la “obvia resolución” en su condición extrema, la de “no le cambian ni una coma” y no requiere discutirse.
Falta poco para estar en condiciones de valorar las consecuencias de las decisiones asumidas por unos y otros. Para ver la magnitud de la reacción internacional, la de nuestros socios más cercanos y la de aquellos bloques y países con los que hemos suscrito cláusulas en favor del cuidado y defensa de la democracia, las libertades y los derechos humanos. Falta muy poco para saber si prevalece la cordura por encima de la embriaguez del poder y el interés de la nación por encima de los apetitos individuales o de grupo. En todo esto, por fortuna, hay personajes que entendieron que ¡México es primero!
Exrector de la UNAM