Hace poco más de dos semanas coincidí en una tienda con una persona a quien no tenía el gusto de conocer. Amablemente se presentó, me dijo que era Marco Polo, un universitario, vecino y lector de EL UNIVERSAL. Entablamos un rápido intercambio de puntos de vista y me señaló que le gustaría que en este espacio en el que escribo cada dos semanas y que me permite mi paisano, amigo y hermano, Juan Francisco Ealy, pudiera hacer algún comentario sobre los jóvenes de nuestro país, en especial de quienes ingresan a la UNAM de la que él es egresado. Me comprometí a hacerlo y ahora cumplo.
Inicio con el señalamiento de que no es sencillo definir quién es y quién no, un joven en nuestra sociedad. En concordancia con el Inegi, considero como jóvenes a aquellos que están en el grupo de entre 15 y 29 años. Se trata, como veremos adelante, de un grupo muy importante en términos cuantitativos y, especialmente, al hablar cualitativamente de ellos. Los jóvenes así entendidos, suman en nuestro país cerca de 31 millones de personas y representan a uno de cada cuatro habitantes del país (23.8 por ciento del total).
Mi opinión la dividiré en dos entregas. En este comienzo con la conclusión: a los jóvenes les estamos fallando en nuestra sociedad y parte del problema deriva de las estructuras gubernamentales. Para empezar, no existen políticas públicas para este grupo, ya que solo son declarativas desde hace un buen rato. El bono demográfico que inició dos décadas atrás está próximo a evaporarse sin que se hubiera aprovechado a plenitud. La edad promedio al inicio del siglo era de 22 años y ahora es de 30.
Aún más, el propio expresidente López Obrador pretendió combatir el punto central al torpemente señalar, con un argumento engaña bobos, que en realidad el asunto radica en el supuesto intento de descalificar a los jóvenes cuando, por ejemplo, se señala el problema de quienes no estudian ni trabajan, los llamados desde hace casi treinta años “ninis”. Argumento que por cierto de manera desafortunada ha tomado como propio la presidenta. En la siguiente entrega revisaré algunas de sus características y las de la sociedad.
Sostengo con convicción que los jóvenes con frecuencia son descalificados indebidamente. Los comentarios se originan, entre otros, en su supuesta falta de interés en los asuntos públicos y limitada participación social, en la dificultad para emprender la vida adulta y su vulnerabilidad en materia de salud mental, al igual que su dependencia de las redes sociales.
Antes de discutir lo anterior, se debe reconocer que los mensajes que prevalecen en la colectividad no son estimulantes, en particular para los jóvenes: pérdida de valores cívicos; corrupción extendida en la administración pública, la política y el sector privado; violencia, inseguridad, impunidad y tolerancia a los grupos criminales; narcotráfico y falta de programas efectivos para prevenir las adicciones; falta de oportunidades y pérdida de valor del estudio como forma de superación; entronización de la mentira como forma de gobierno, debilitamiento de la democracia y militarización, entre otros.
Por si esto fuera poco, la sociedad ha pasado de estar anestesiada, como señaló Julio Frenk, a un estado de pasmo e indiferencia. Basta revisar las noticias de mayo para encontrar numerosos ejemplos al respecto. Solo cito la sucia farsa electoral de ayer y la interrupción militar del concierto del Foro Alicia, todavía no explicada. ¿Hay razones para atribuir la responsabilidad y desacreditar a los jóvenes? De verdad yo no lo creo y continuaré con mi argumentación en dos semanas.
Exrector de la UNAM. @JoseNarroR