San José.— Aburrido de estar dedicado en los últimos cuatro años a sólo perseguir a narcotraficantes y migrantes irregulares en las fronteras de Bolivia con Chile, Brasil, Argentina, Perú y Paraguay o a apagar incendios forestales en la Amazonía, un sector de la cúpula militar boliviana pareció acordarse esta semana de un factor crucial del historial castrense en la vida institucional de su país en el siglo XX: su involucramiento en la política.
De pronto y sin invitación para inmiscuirse en las pugnas partidarias normales en cualquier país, el grupo militar decidió saltarse los muros de los cuarteles.
Sin tener ninguna vela o bandera que blandir, optó por salirse de ejercer el simple papel de convidado de piedra en la política boliviana e irrespetar la norma constitucional de permanecer en los cuarteles, someterse al mando civil y ceñirse a sus tareas en defensa de la integridad y la soberanía de Bolivia.
Una vieja imagen que proliferó en múltiples ocasiones en el siglo anterior en Bolivia reapareció ayer en las calles de La Paz, con el despliegue sorpresivo de tropas fuertemente apertrechadas y tanques pintados de camuflaje que estrecharon el cerco en el entorno de los principales edificios de los poderes Ejecutivo y Legislativo y arremetieron contra los portones.
Esas escenas se repitieron sin cesar en la segunda mitad de la centuria previa, cuando Bolivia se ganó un sello que remitió a los viejos discos de acetato que, de acuerdo con su tamaño, se pueden reproducir en distintas revoluciones por minuto —16, 33, 45 o 78— para escuchar música y otros mensajes.
Bolivia quedó etiquetada como 45RPM: 45 revoluciones por minuto, en alusión a las frecuentes revueltas cuartelarias que se registraron en un escenario suramericano signado por las dictaduras anticomunistas, y respaldas por Estados Unidos, de Brasil (1964-1985), Chile (1973-1990), Uruguay (1973-1985), Paraguay (1953-1989) o Bolivia (1964-1982). Devorados por las atrocidades que cometieron con las masivas violaciones a los derechos humanos —asesinatos extrajudiciales, torturas, detenciones arbitrarias, desapariciones forzosas, robo de infantes, abusos sexuales, corrupción— y por su irrespeto total a las reglas democráticas, los regímenes dictatoriales militares sudamericanos perdieron su protagonismo político hemisférico.
En Bolivia, por ejemplo, parecieron haberse quedado en las sombras en los últimos 32 años desde que en 1982 debieron replegarse a los cuarteles y se vieron obligados finalmente a ceder el timón político a los civiles. Pero en distintos hechos políticos bolivianos trascendentales en más de tres décadas, los militares bolivianos aparecieron y supieron figurar con una supuesta pero cuestionada imparcialidad.
“El golpismo ya no tiene cabida en América Latina”, recalcó el centro-izquierdista expresidente costarricense Luis Guillermo Solís (2014-2018), al considerar, a consulta de EL UNIVERSAL, la “asonada militar de algunas unidades” militares de Bolivia que ya fue sofocada.
Un factor habría estimulado a esos focos a irrumpir ayer y hasta tratar de arrasar con los portones presidenciales: una guerra verbal y política que estalló en 2021 en la izquierda de Bolivia entre sus políticos más poderosos, el expresidente Evo Morales (2006—2019) y el presidente Luis Arce, cuyo mandato se inició en 2020 tras otra tormenta institucional que estalló en octubre de 2019.
La pugna Arce-Morales atizó un colorido show público y… sacó del aburrimiento a algunos militares bolivianos de alta graduación. Corresponsal