Desde hace tiempo se viene especulando cuáles podrían ser los siguientes movimientos tanto de rusos como de ucranios en la guerra. Hoy suena con fuerza que puede venir una contraofensiva de parte de Kiev, con la que podría retomar algunos territorios.
Otras especulaciones refieren que las fuerzas rusas están tan diezmadas y desmoralizadas que, aunque tomen Bajmut y otras localidades, no podrían avanzar mucho más, y esperarían, siguiendo la sangrienta táctica de la guerra de desgaste (más propia de la Primera Guerra Mundial que del siglo 21), hasta que los líderes de occidente (o sus votantes) flaqueen en su apoyo a Ucrania.
Al respecto, diversos actores políticos e intelectuales se han pronunciado por que Kiev acepte una mesa de diálogo, para evitar más muerte y destrucción. Pero, ¿hasta dónde los ucranianos pueden aceptar una negociación cuando los rusos han diezmado sus ciudades, asesinado a sus ciudadanos, violado a sus mujeres y cometido crímenes de guerra en una agresión no provocada?
Una serie de cartas abiertas de intelectuales y artistas publicadas en Alemania a finales de abril e inicios de mayo del año pasado, trazaban las líneas de un debate de la mayor profundidad. De un lado, quienes sostenían que se debía armar a Ucrania, y del otro quienes opinaban lo contrario, partiendo de “las lecciones que Alemania debería de extraer de su propia historia de conflictos sangrientos”. Cabe recordar que, en efecto, la brutal invasión cambió la tan establecida tradición germana de no armamentismo.
“Pacifismo vulgar”
Todo empezó con una declaración pública de 28 artistas en una revista feminista; si bien condenaban la agresión rusa como una "violación de las normas básicas del derecho internacional", también criticaban a quienes, según ellos, “les ofrecieron un motivo para actos potencialmente criminales". Pedían al canciller Olaf Scholz que no suministrara armamento a Kiev. La respuesta de casi todo el espectro ideológico, excepto de los radicales extremos, fue directa. El ministro de economía, Robert Habeck, dijo que se trataba de simple “pacifismo vulgar”.
Habeck forma parte del partido de Los Verdes, en el ejecutivo “semáforo” que gobierna Alemania. Sin miramientos, expuso: "¿cuál es la conclusión de semejante argumento? Básicamente que Ucrania debería capitular y que un poco de ocupación, violación y asesinato debería ser aceptable".
Unos días después, 58 intelectuales publicaron lo siguiente en el semanario Die Zeit: "aquellos (países) que deseen una paz negociada que no desemboque en la sumisión de Ucrania, deben aumentar sus capacidades defensivas y debilitar la beligerancia de Rusia". Uno de los firmantes, el novelista Daniel Kehlmann, confesó a los medios que participó motivado por la "profunda conmoción y horror" que causó entre sus amigos de Europa del Este la carta de los “pacifistas”.
Y luego, vino, por supuesto, la intervención de Jürgen Habermas, el filósofo vivo más relevante de Europa y quizá del mundo entero. El también miembro de la Escuela de Frankfurt presentó el debate como una lucha generacional, afirmando que “‘el amplio enfoque pro-diálogo y pacifista de la política de Alemania era una mentalidad ganada a pulso, dado su historial como estado agresivamente militarista”. Pero no es algo que compartan todos los germanos, puesto que para los más jóvenes son lecciones lejanas, que no vivieron en carne propia. Habermas tiene 93 años pero, ¿realmente tiene que ver con esto?
"Una de las lecciones de la historia alemana debe ser que no se puede derrotar al fascismo con apaciguamiento", replicaba Kehlmann, vinculando ciertamente el debate a la división generacional. El escritor informó que sus abuelos eran judíos, y asestó lo siguiente: "llama la atención que el argumento a favor de una política exterior pacifista rara vez sea esgrimido por alemanes cuyos familiares murieron en el Holocausto".
Con bases eminentemente kantianas, la filosofía de Habermas se fundamenta en la racionalidad discursiva para llegar al diálogo y al consenso entre personas o grupos, aunque no compartan las mismas corrientes ideológicas. Para lograrlo, ese diálogo tiene que estar libre de “las distorsiones sistemáticas de la comunicación”. El texto que publicó en mayo del año pasado, empieza diciendo: “entre los espectadores de occidente crece la inquietud con cada muerte, la conmoción con cada asesinato, la indignación con cada crimen de guerra. El telón de fondo racional contra el que se agitan estas emociones es la lógica toma de partido contra Putin y contra el gobierno ruso que ha lanzado una guerra ofensiva a gran escala, violando la legislación internacional, y que con su estrategia sistemáticamente inhumana conculca el derecho internacional humanitario”. Pero luego postula que la ayuda militar a Ucrania es riesgosa, porque podría provocar al invasor ruso y desencadenar una guerra nuclear.
Pese a su racionalidad kantiana, Habermas no parece buscar ese ideal de la acción comunicativa libre de distorsiones, sino un argumento pragmático que, por supuesto, no debe desestimarse (como no lo han hecho los países que ayudan a Ucrania a defenderse, al no convertirse en fuerzas beligerantes directas ni mandar tropas al terreno). No obstante, no parece la suya una tesis demasiado “filosófica”, viniendo de un pensador que hace de la acción comunicativa un axioma y de Kant un mentor. Si el ministro de Los Verdes hablaba de un “pacifismo vulgar”, esto parecería un “pragmatismo vulgar”, no propio de un pensador de su envergadura.
No tomar partido es tomarlo
Para Habermas, el dilema de Europa es elegir entre dos males, la derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado en una tercera guerra mundial. Sin embargo, todo indica que, gracias a la fortaleza de los combatientes ucranios (y claro, a las armas y a la inteligencia que le proporcionan sus aliados, aunque sin involucrarse con tropas), ese dilema ya ha perdido mucha de su vigencia. Aunque nada se puede descartar a estas alturas, no parece que vaya a haber una tercera guerra mundial porque, en principio, Putin se ha encargado de empequeñecer a Rusia a niveles insospechados apenas hace poco más de un año, y porque hoy queda claro que Xi Jinping no lo secunda en cada uno de sus delirios, mucho menos los nucleares, pese al apoyo diplomático que le profesa.
“La capacidad de amenaza nuclear significa que la parte amenazada, posea o no armas nucleares, no puede poner fin a la insoportable destrucción causada por la fuerza militar con una victoria, sino, en el mejor de los casos, con un compromiso que permita salvar la cara a ambas partes”, escribió Habermas. Pero, ¿cuál es ese acuerdo que permita salvar la cara a Ucrania? ¿Acaso una paz sin honor? El filósofo admite que fue una “gran equivocación” de occidente haber seguido durante años la política de “distensión” con un “cada vez más imprevisible Putin”, pero insiste en que “es humanamente imposible poner fin a la guerra con una victoria o una derrota en el sentido tradicional”.
Aduce que esta manera de ver “no se traduce necesariamente en un pacifismo por principio, es decir, la paz a cualquier precio”. Y dice que el propósito de acabar lo antes posible “con la destrucción, el sufrimiento humano y la descivilización no equivale a exigir sacrificar una existencia políticamente libre a la mera supervivencia”, pero utiliza argumentos más propios de la filosofía realista que de un ilustre discípulo del idealismo alemán: “no es que el criminal de guerra Putin no merezca comparecer ante un tribunal, sino que sigue teniendo derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”.
Ante esto, llegó la respuesta de otro intelectual, no tan titánico ni venerable como Habermas, pero en este caso bastante acertado. Timothy Snyder, el profesor de la Universidad de Yale y autor de libros como “El camino hacia la no libertad”, publicó un documento de réplica al alemán, explicando que, ante estas circunstancias extremas, “no tomar partido por Ucrania, es ser parte”.
“Habermas opina que el punto de referencia de la civilización es la lógica, pero en su ensayo no hace ningún esfuerzo para identificar la lógica ucrania –espeta Snyder–. Ni nos enteramos de que Putin niega la existencia de un estado y una nación ucrania, ni de que la maquinaria oficial de prensa de Rusia habla de resolver la cuestión ucrania, ni de que la televisión rusa difunde de manera habitual mensajes genocidas, ni de que los soldados emplean lenguaje de odio para justificar los asesinatos, violaciones y todo lo demás”.
Por increíble que parezca, todo el debate con Habermas está prácticamente ausente de la prensa estadounidense (ya ni se hable de la mexicana, con las honrosas excepciones de Letras Libres y este periódico), pero difícilmente se podría pensar en un tema más urgente en la reconfiguración geopolítica y estratégica que surgirá después de la guerra. En un texto de febrero de este año, Jürgen Habermas vuelve a la carga, aduciendo que “la frase ‘Ucrania no debe perder la guerra’ dice la verdad”, pero insistiendo en que lo importante es el carácter preventivo de unas conversaciones a tiempo, que eviten que una larga guerra se cobre aún más vidas, cause más destrucción y acabe enfrentándonos a una disyuntiva desesperada: intervenir activamente en el conflicto o abandonar a Ucrania a su suerte para no desencadenar la primera guerra mundial entre potencias con armas nucleares”. Sin duda esto es el meollo de todo lo que acontece hoy en Ucrania, pero, ¿quién debe decirle a Zelenski y a su valeroso pueblo cuándo sentarse a negociar con el brutal agresor? Ni una palabra dice Habermas sobre la lógica militar que debe preceder a las negociaciones, pues ambas partes necesitan llegar fortalecidas (en el caso de los rusos, un poco menos deshonrados) a una mesa de diálogo. De ahí debe partir la discusión.
Snyder, desmenuza los argumentos del alemán, de manera implacable: “Habermas repite y avala la propaganda rusa sobre el peligro de guerra nuclear, mientras ignora la estructura básica del discurso político ruso. Parece creer en la posibilidad de que Putin se vea en cierto modo acorralado por su propia guerra y no tenga más remedio que emprender una escalada. Sabemos que una derrota humillante de Rusia no desembocará en una guerra nuclear. Rusia cayó derrotada e incluso humillada desde la batalla de Kiev, pero no utilizó armas nucleares ni emprendió ninguna escalada”.
Al contrario, como todos pudimos ver casi en tiempo real, inició una desescalada. “No es posible acorralar a las tropas rusas, porque pueden retirarse a Rusia. No es posible acorralar a Putin, porque gobierna sobre la base de una realidad creada por los medios de comunicación que él controla. Sabemos que puede no alcanzar los objetivos de guerra que él mismo ha anunciado y limitarse a mirar a otro lado. Puede obligar a todo su aparato de propaganda a insistir en que es imposible volver a invadir Ucrania (como hizo en 2021) y luego ordenar una nueva invasión. Si cree que está perdiendo la guerra, hará que sus canales de televisión anuncien la victoria y cambien de tema. Así es como funciona el discurso ruso, y la lógica de Putin solo puede entenderse en ese contexto”.
¿Y el argumento de que ninguna potencia nuclear puede perder una guerra? Snyder lo refuta con hechos muy concretos: tanto la URSS como EEUU perdieron conflictos importantes durante la Guerra Fría. Y finaliza con algo que parece incontestable: “hablar de las armas nucleares como si volvieran invencible a quien las tenga, equivale a la propaganda nuclear”.
Como ya se ha visto en el transcurso de la guerra, y después de todas las afrentas que se ha tenido que tragar el invasor… en realidad la dirigencia rusa no parece tan irracional como para desencadenar una hecatombe nuclear que destruya miles o incluso millones de vidas (sin lograr además ningún avance militar real); que llenase el propio ambiente ruso de radiactividad; que convierta, ahora sí por completo, a Rusia en un paria internacional (incluido el repudio total de China y la India, y en una de esas hasta del ideológicamente atolondrado Lula Da Silva); que defina (también, ahora sí por completo) a Putin en un reo de crímenes de lesa humanidad que podría ser entregado incluso por su propia gente al tribunal de La Haya; y que concite la entrada en la guerra (convencional, no habría necesidad de detonar también armas nucleares) de todo occidente, como ya lo tienen preparado en sus escenarios, para terminar, en unas semanas, con la fuerza militar que le queda a Rusia después de su desastrosa intervención que ha diezmado su ejército, su armamento, su economía y su demografía para las próximas generaciones.
No lo podemos saber de cierto, pero al menos sí parece que Rusia no va a detonar el arma nuclear, al menos no en esta guerra, y eso ya, en sí mismo, es un aliciente en esta época en la que, de pronto, irrumpió en la historia, como bien lo definió otro autor, “el retorno de la barbarie”.