Recientemente, el Washington Post publicó una serie de artículos sobre los crecientes riesgos de un conflicto nuclear. Un grupo de periodistas de investigación, que accedieron a fuentes y documentos antes inaccesibles, exploraron cómo ha aumentado la amenaza nuclear en el mundo y detallaron, con una precisión escalofriante, cómo se desarrollaría un ataque a Estados Unidos y la consiguiente respuesta.
El marco de seguridad que mantenía el equilibrio en el mundo se ha desmoronado y, en gran parte, sucedió en el momento en el que Vladimir Putin ordenó a sus tropas invadir un país vecino, pretendiendo tomar territorio por la fuerza, algo que parecía ya en vías de extinción en el imaginario colectivo de la humanidad. Más aún, ese orden que permitió 80 años de relativa paz y ausencia de temores nucleares, quedó comprometido cuando el líder ruso acompañó su violenta andanada con amenazas nucleares a todo aquél que osara defender a la nación atacada. Esas ominosas advertencias de desatar una guerra atómica, en pleno siglo XXI, tenían un hedor vetusto y significaban una irresponsabilidad difícil de concebir. Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, llegó incluso a decir que si occidente se involucraba en la defensa de Ucrania… solo sobrevivirían las bacterias.
Al final, las amenazas nucleares, de tan continuas, resultaron vacías, y el mundo volvió a respirar. La humanidad supo que eran bravuconadas. Pero algo había cambiado. El riesgo de una conflagración de tintes apocalípticos estaba de nuevo entre nosotros, y se volvió a hablar de ello. Después, se sucedieron eventos, como el cambio de doctrina nuclear tanto en Rusia como en Corea del Norte (doctrinas más agresivas para el inicio de guerras atómicas), una nueva proliferación de misiles de alcance medio… y la llegada de Donald Trump de nuevo al poder, otro líder que descarta la cooperación y el multilateralismo, y en lugar de ello busca cerrar tratos a su beneficio, basándose en la fuerza.
Hay un tercer elemento en esta nueva ecuación. Con la expansión del arsenal nuclear de China (con proyecciones de superar las mil ojivas para 2030), hoy estamos en un escenario distinto al de la bipolaridad de la Guerra Fría. Esta expansión incluye el desarrollo de una tríada nuclear completa: misiles balísticos intercontinentales, misiles lanzados desde submarinos y bombarderos estratégicos; así como sistemas hipersónicos y ojivas orbitales. A pesar de esta vertiginosa acumulación, China se ha negado a participar en negociaciones serias de control de armas, argumentando que su arsenal es muy inferior al de Estados Unidos y Rusia.
Devastación
Utilizando datos desclasificados y la ayuda de la Universidad de Princeton para simular un ataque nuclear ruso, los autores describieron la secuencia de eventos: “el presidente (cualquiera que sea) tendría menos de seis minutos para absorber la información, revisar sus opciones y tomar una decisión sobre cómo responder”, escriben.
En un espacio de 9 a 10 minutos, el presidente debería escuchar a sus asesores, sabiendo que tiene la facultad legal de tomar la decisión que quiera, aunque sea opuesta a la de todos los demás. Entre el minuto 19 y el 20 se debe dar la orden, y se lanzarían los misiles de represalia.
A continuación describen lo que causaría el impacto de una ojiva de 800 kilotones en la ciudad de Washington: más de medio millón de personas morirían al instante. En unos días, podría morir un millón más de personas solo por la radiación.
Un intercambio nuclear entre Estados Unidos y Rusia, incluso si se limita a objetivos militares, inyectaría suficiente hollín en la atmósfera como para desencadenar un invierno nuclear, lo que podría llevar a una hambruna global. La conclusión del Washington Post es que la amenaza nuclear no solo es real, sino que ha mutado a una forma más compleja y peligrosa, por la combinación de más actores, tecnologías más rápidas y la ausencia de tratados de control.
Las potencias medias
La desilusión de muchas naciones no nucleares, al ver este nuevo armamentismo, puede impulsar sus propios programas de enriquecimiento de uranio o plutonio. La percepción de que las garantías de seguridad de Estados Unidos son hoy mucho menos fiables que hace tan solo seis meses, podría llevar a que algunos aliados de EEUU busquen sus propias bombas. Irán ha sufrido ataques que detuvieron por ahora su programa nuclear (que evidentemente tiene la intención de ser militar, aunque lo han mantenido por años en la incertidumbre estratégica), y hay dos opciones: que esto los lleve a negociar para terminar de una vez con su programa militar nuclear y le sean levantadas las sanciones, o que, al contrario, esos intentos de disuasión terminen en una voluntad mayor y definitiva del amenazado régimen de los ayatolas por obtener las ojivas.
Países como Arabia Saudita y Turquía pueden empezar a sopesar sus propias opciones. Corea del Sur sería probablemente la primera nueva potencia nuclear en esta ola de proliferación si el orden se sigue erosionando y Japón probablemente le seguiría. En Europa, la guerra en Ucrania y los temores de un desenganche estadounidense han reabierto la discusión sobre la disuasión nuclear a nivel de bloque. Ante esto, Francia y Reino Unido dieron un paso histórico al coordinar sus fortalezas nucleares para hacer frente al peligro ruso de ataque a otros países del viejo continente. “Nuestros adversarios sabrán que cualquier amenaza extrema al continente tendrá la respuesta inmediata de nuestras dos naciones”, aseguró el primer ministro británico Keir Starmer, al reunirse con el presidente Emmanuel Macron, y dejando atrás las desconfianzas que dejó el Brexit. Francia, incluso, ha ofrecido su paraguas nuclear para defender
a sus aliados europeos, ante “un entorno mucho más amenazador”. Aún así, no se descarta que algunos países como Polonia y Alemania quieran desarrollar sus programas nacionales.
A esta compleja ecuación se suma la persistente amenaza del terrorismo nuclear, algo sobre lo que alertan algunos expertos, que destacan que los esfuerzos para contrarrestar este riesgo no han seguido el ritmo de la amenaza cambiante, y que actores no estatales pueden llegar a obtener “bombas sucias” o atacar plantas de energía nuclear.
En definitiva, la complacencia nuclear ha llegado a su fin, y la seguridad del planeta exige una acción colectiva y audaz para reconstruir la arquitectura de contención, reafirmar las alianzas y adaptarse a las nuevas realidades de la proliferación. No sabemos qué llevó a un ser tan siniestro como Dmitri Medvédev a amenazar con que solo quedarían en el mundo bacterias. Se alcanza atisba una especie de fruición malsana en esas palabras. Como también se aprecia en la macabra afirmación de Vladimir Putin, después de enviar a sus tanques a arrasar un país, alertando a que nadie se meta, o “no tendrán tiempo ni de pestañear”. Pero el mundo no se puede dar el lujo de ponerse a reflexionar qué es lo que quisieron decir y si, en efecto, serían capaces de cumplirlo. Hay que tomarlo en serio: estamos en una etapa en la que las amenazas nucleares ya no son inconcebibles. Quizá ya estemos de lleno en una nueva era de proliferación nuclear.