Solo puede haber una cosa peor que visitar a un presidente xenófobo, ignorante, explosivo, cambiante, narcisista y, por todo lo anterior, peligroso. Es todavía peor hacerlo cuando ese personaje está cayendo en todas las encuestas, cuando quizá solo le quedan unos meses en el poder, cuando hasta sus antiguos amigos lo desprecian y cuando se le acumulan todos los escándalos.
Hoy por hoy, Donald Trump está en una tormenta perfecta. Tras la publicación de las últimas encuestas, que lo colocan 14 puntos por debajo de Joe Biden, el presidente que niega siempre todo lo que no le favorece, descalificó a la mismísima cadena Fox News: “sus encuestas son un chiste”.
Pero, ¿esto significa que Trump está condenado a perder la elección del 3 de noviembre? En absoluto: podría revertir todo lo que le está pasando y podría volver a ganar, puesto que cuenta con un innegable olfato político, pero también podría darse ese fenómeno de los barcos que se hunden… cuando las ratas son las que huyen primero. Si eso sucede, atestiguaríamos que los “enablers”, o sea, quienes dentro del partido republicano le han permitido todo, se empiecen a desmarcar.
“Los perros más salvajes”
El 4 de junio de 2020, en medio de las protestas por el asesinato de George Floyd, policías de la ciudad de Buffalo empujaron a Martin Gugino, de 75 años, quien se manifestaba pacíficamente. Quedó inmóvil en el pavimento, sangrando de un oído, con una fractura craneal. Las imágenes le dieron la vuelta al mundo.
¿Cómo reaccionó Trump? Acusando a Gugino de ser un provocador antifa que trataba de escanear las comunicaciones policiales para bloquear sus equipos. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, dijo que si Trump “alguna vez tuviera un momento de decencia, debería disculparse por ese inaceptable tuit”.
Unos días antes, Donald había amenazado a los ciudadanos que se manifestaban, diciendo que si se atrevían a acercarse a la Casa Blanca, los esperaban “las armas más atemorizantes y los perros más salvajes”. No solo eso, alentó veladamente a sus adictos a contramanifestarse, con el riesgo y la irresponsabilidad que eso supuso: “¿esta noche es noche de MAGA, no?”, tuiteó. MAGA son las siglas de su movimiento: Make America Great Again. Esa es la estatura moral del presidente de Estados Unidos, con quien nuestro presidente se va a encontrar.
En abril, Trump dijo que era posible ingerir, o de alguna manera insertar, una fuente de luz ultravioleta en el cuerpo, o inyectar un desinfectante en el cuerpo para lograr una limpieza en los pulmones. Algunas personas murieron al seguir sus
recomendaciones, pero él no aceptó responsabilidad alguna. El problema de que en ese país un presidente con estas credenciales siga haciendo ese tipo de barbaridades es por esos “enablers”, los republicanos que han claudicado de toda vergüenza. El diccionario Webster define que los “enablers” son “quienes permiten a otro persistir en un comportamiento autodestructivo, al proporcionar excusas o hacer posible evitar las consecuencias de dicho comportamiento”. Los republicanos han hecho posible que una pesadilla como Donald Trump sea una realidad, y algunos de ellos, los menos ignorantes, saben que por ello se tendrán que enfrentar al juicio de la historia.
Así que ya algunos han empezado a ver oportunidades de salirse de ese barco, antes de que se hunda. O al menos mostrarse críticos ante los gravísimos casos que le están explotando al presidente en estos días, como las revelaciones de que pudo saber que la inteligencia militar rusa pagaba a los talibanes por cada soldado estadounidense y británico que mataban, y no hizo nada al respecto.
Hoy la pandemia ha provocado que el apoyo a Trump baje incluso entre los que antes eran sus seguros votantes, como los blancos adultos mayores, un sector severamente golpeado por la negación presidencial ante el Covid-19. Es por ello que en estados típicamente conservadores como Texas o Florida, las encuestas uno a uno también favorecen a Biden, y algunos ya barajan que si las cosas siguen así, para los republicanos la cuestión ya no será retener la presidencia, sino tratar de no perder ambas cámaras.
Duplicar la mezquindad
El último sondeo del Centro Pew, de hace un par de días, teniendo en cuenta el colegio electoral, registró que el demócrata se llevaría 368 votos y el republicano 170. Eso sigue dependiendo de qué suceda en estados bisagra, pero en los últimos años no se había visto tal debilidad republicana en esos estados.
El problema, según analistas como Michael D’Antonio, autor de dos libros sobre la presidencia actual y editorialista de CNN, es que Donald “nunca aprendió nuevos trucos, y responde presionando todos los botones que le funcionaron en 2016”. Pero ese “enfoque de repetición” ya no le sirve, porque ya no es un “outsider” que viene supuestamente a “limpiar el pantano”, sino que ya es presidente, y sus resultados son calamitosos.
Los verdaderos líderes, en tiempos de crisis, llaman a sus sociedades a la reconciliación para enfrentar los retos. Piénsese tan solo en Roosevelt. En cambio, los líderes polarizantes (hay muchos hoy en día), quienes alimentan los sentimientos de odio hacia enemigos reales o imaginarios, a lo que incitan es a una mayor confrontación. Pero, eso que en la arena electoral les brinda una dinámica favorable, ya siendo gobernantes los puede meter en una espiral descendente, cuando lo que el público pide es un verdadero estadista, que se alce por encima de los partidismos. “El problema es que es más probable que los instintos de Trump lo hagan duplicar la división, el enojo, la mezquindad y la ira”, apunta D’Antonio.
Algunos ya empiezan a ver en las conductas autodestructivas de Trump un ánimo pesimista. En un reportaje publicado hace unos días, Maggie Haberman, ganadora del Premio Pulitzer, entrevistó a más de diez asesores y exasesores de Trump. Encontró que ellos mismos están desconcertados de que empieza a mostrar derrotismo. “Reconocieron que el presidente siempre ha tenido dificultades para controlar su comportamiento, que excede por mucho, los límites de la conducta presidencial tradicional”, escribió Haberman. “Su tendencia a usar lenguaje racista, como el tuit sobre disparar a los saqueadores, es algo que desde hace mucho ha debilitado su presidencia. Sin embargo, su comportamiento y sus comentarios recientes, así como su incapacidad para superarlos, sorprenden a sus asesores por la diferencia con sus anomalías habituales”.
El libro de John Bolton, su ex asesor de seguridad (ultraconservador, no lo olvidemos, pero no un ignorante más, sino un tipo altamente documentado), se suma al que está por publicar la propia sobrina de Trump, que tiene el sugerente título de “Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo”.
Republicanos contra Trump
Al 7 de julio el semanario británico The Economist le da a Biden 9 oportunidades sobre 10 de vencer a Trump en el colegio electoral y 19 de 20 de ganarle en el voto popular. El semanario británico recuerda que todos los números de Hillary Clinton a estas fechas (e incluso cuando ya faltaban unos días para la elección), nunca fueron tan favorables, sobre todo en ciertos demográficos. Y coincide con todas las demás encuestas en que la pérdida de apoyos entre los blancos no educados (ocho puntos menos que en la elección pasada) es lo que constituye su debacle.
Todo se le viene abajo, y para colmo de sus males, ya empiezan algunos de los “enablers” a desmarcarse. El secretario de Defensa, Mark Esper, puso distancia cuando Donald quiso invocar la ley de insurrección contra manifestantes, diciendo, en otras palabras, que de ninguna manera sucedería, y el ex secretario James Mattis, un hombre cultivado y honesto, que tuvo el error de haber servido a este presidente, lo acusó de “dividir a Estados Unidos”.
Pero eso no es nada en comparación con la eficacia que ha tenido una organización de republicanos en contra de Trump, de reciente creación, llamada The Lincoln Project, al publicitar spots demoledores contra sus afanes reeleccionistas. Hartos de la bufonada en la que ha convertido la presidencia, sostienen que Trump no representa los verdaderos valores del conservadurismo, y quieren recuperar el poder que este “outsider” le arrebató al partido republicano.
Poco antes de la elección de 2016, cuando se dio a conocer la grabación en la que Trump alardeaba de que le “agarraba la vagina” a las mujeres simplemente porque tenía poder, al ser “una estrella”, las encuestas lo sepultaron. Luego se recuperó, gracias en parte a la “ayuda” de James Comey, y de ese repunte acabó ganando la presidencia. Cuatro meses es mucho tiempo. Puede ser que se repita algo así.
Pero también puede pasar que, como en un efecto dominó, una ficha tire a la siguiente, y la otra a la siguiente, y los “enablers”, sintiendo el miedo del naufragio, tengan la noble necesidad de apelar a sus principios éticos y decidan deslizar alguna crítica a su impresentable presidente. Con ello caerían más fichas. Unos más, que estaban esperando que otros se atrevieran a hablar, quizá decidan que después de todo también tienen dignidad. Todo esto podría llevar a una espiral descendente. Este es uno de los escenarios. Otro podría ser que, si pierde, no reconozca su derrota, lo que llevaría a poner a prueba cada una de las instituciones democráticas de Estados Unidos… pero eso merecerá otro análisis.
La degradación a la que ha llevado Donald Trump la política quedará para los anales de la historia. Una historia que, por ejemplo, nunca perdonará a un Richard Nixon, de quien se recuerda, antes que nada, su ruindad. De Donald Trump los libros evocarán que fue el peor líder del mundo en cuando al manejo de la pandemia, y que un día le dijo a la población que se inyectara cloro para curarse, mientras la nación entera se quedaba boquiabierta, estupefacta… y los “enablers” seguían sin decir una palabra.