Fiel a su vocación de ave de tempestades, pero también a su costumbre de abrazar las más delirantes teorías de la conspiración, Donald Trump decidió boicotear la cumbre de las 20 economías más desarrolladas del mundo, que se celebra este fin de semana en Sudáfrica. ¿El motivo? La acusación del supuesto genocidio blanco que le estampó en la cara al líder sudafricano cuando lo tuvo como invitado en la Casa Blanca.
En esa ocasión, le tendió una trampa a Cyril Ramaphosa, le dijo que las cosas eran terribles en su país y de pronto, se apagaron las luces y empezó un video perfectamente preparado, con toda serie de inexactitudes, verdades a medias y mentiras evidentes. En el video aparecían imágenes de cruces blancas a los lados de una carretera. Trump dijo que eran las tumbas de más de mil granjeros blancos que habían sido asesinados. En realidad, eran imágenes de una manifestación contra la inseguridad en la que la gente puso cruces como símbolos. Para colmo, en el citado video se veían bolsas con cadáveres… solo que eran imágenes de la República Democrática del Congo.
Ramaphosa no salía de su asombro. Lo estaban acusando de algo falso enfrente de las cámaras, para que todo el mundo lo viera. Se defendió dignamente, diciendo que aceptaba que el crimen es una realidad terrible en su nación, y que afecta por igual a blancos y a negros (según la policía sudafricana, los homicidios contra granjeros blancos representan menos del 1% del total).
De vuelta en casa, el episodio le valió a Ramaphosa un cierre de filas entre su población, y le dio un impulso en su popularidad. Un grupo de destacados afrikaners blancos (los descendientes de los colonos europeos) publicó una carta abierta titulada “No en mi nombre”, en la que negaron la narrativa que los presenta como “víctimas de persecución racial en la Sudáfrica posterior al apartheid", algo que no los aleja de sus compatriotas sudafricanos.
Al inicio la carta fue firmada por 40 miembros de la comunidad afrikáner, pero desde entonces la han acompañado más de 1500 firmas de intelectuales, empresarios, artistas y académicos sudafricanos blancos. “Elevar el sufrimiento de los blancos por encima de otros es reforzar una visión del mundo racializada que sitúa la blancura en el centro", exponen, al comentar que esto no refleja sus valores ni su experiencia vivida en el país. Calificar los crímenes en Sudáfrica como "genocidio blanco", escribieron, es "crudo y narcisista en comparación con las experiencias vividas en lugares como Gaza y Sudán”. Llamaron, por último, a “cuestionar narrativas distorsionadas y a reconocer la dignidad de todas las personas, no solo de aquellas que se ajustan a las agendas políticas”.
Johannesburgo está a punto de ser la sede de la primera cumbre del G-20 en territorio africano en la historia, lo cual es un hito que debería de ser celebrado a nivel global, pero en lugar de ello, lo que ofreció el presidente de Estados Unidos es el boicot, diciendo que Sudáfrica no debería formar parte del G-20 y que era “una vergüenza que se celebrara en ese país”.
Una cumbre DEI: todo lo que odia Trump
Al boicot de Trump siguió, para lamento de nadie, el de Javier Milei, pues ahora el presidente argentino sigue todos los dictados de Washington. Pero el presidente chino Xi Jinping anunció que tampoco estaría presente. Vladimir Putin, reo transnacional, tampoco acudirá, por la orden de arresto que tiene por la Corte Penal Internacional (CPI). A pesar de que Ramaphosa se puede contar entre sus “amigos” (incluso amenazó con salirse de la CPI para recibir a Putin en la cumbre de los BRICS de 2023), sabe que siempre corre un riesgo cuando sale de su país.
Estas deserciones son ciertamente lamentables, pues el hecho de que Sudáfrica reciba la cumbre simboliza muchas cosas que han cambiado en el mundo desde hace décadas: el arribo del sur global y de las potencias medias emergentes. Sudáfrica es la letra S en el acrónimo de los BRICS. El lema de este año es “Solidaridad, equidad y sustentabilidad”, enfocándose en el combate a la desigualdad, el alivio de la deuda de los países en desarrollo y el financiamiento climático. Pero todos estos temas son precisamente los que más rechazo provocan en el presidente de Estados Unidos, quien además de estar en una cruzada contra la agenda DEI… es el principal negacionista del cambio climático.
Así las cosas, Trump anunció que en lugar de ir a Johannesburgo, organizará la próxima cumbre en Estados Unidos, específicamente en su resort del Doral, en Florida. Ramaphosa le contestó que “él se lo pierde”, y que entregaría la estafeta para la siguiente cumbre “a una silla vacía”, lo cual volvió a encender la ira del neoyorquino, quien dijo que no debería de haber ninguna declaración después de la cumbre, puesto que no hay consenso, pero que mandaría a alguien (que no tomaría parte en las discusiones) para recibir esa estafeta.
Solidaridad sí, pero también reformas
La agenda del alivio de la deuda es urgente, puesto que se está convirtiendo en un tema sistémico. La deuda pública global llegará a 100% del PIB en 2029 y al 123% en 2030. Junto con ella, está la agenda de la desigualdad, que es enteramente atendible, y la está proponiendo justo el país más desigual del mundo, según el Banco Mundial.
Ramaphosa encargó al premio Nobel Joseph Stiglitz un estudio sobre este problema, que fue presentado en Ciudad del Cabo y en el que se advierte de una emergencia de desigualdad en el mundo. Entre 2000 y 2024, el 1% de la población que tiene más recursos acumuló el 41% de la nueva riqueza generada. En contraste, el 50% mas pobre solo aumentó su riqueza en 1%. Stiglitz llamó a establecer en el marco de las Naciones Unidas un Panel Intergubernamental para la Desigualdad, así como existe el Panel para el Cambio Climático (IPCC). A ese llamado se sumaron cientos de otros economistas y académicos, entre ellos la ex secretaria del Tesoro, Janet Yellen.
Emplazó a las naciones a diseñar una nueva arquitectura fiscal por la cual paguen más quienes más tienen, tanto a nivel personas físicas como corporaciones, que haya nuevas reglas impositivas y que se grave a los superricos en concordancia con sus fortunas. Con ello se podría paliar la pobreza y disminuir la desigualdad en el mundo, argumentó el laureado economista. Un dato más que arrojó su estudio es que en la próxima década van a heredar 7 billones de dólares las personas cuyo único esfuerzo es “haber escogido a los padres adecuados”.
El tema de la desigualdad vuelve, así, al primer plano de la discusión, en un mundo que parecía estarse olvidando de ello, metido entre guerras, nuevo armamentismo y una antiglobalización de nuevo cuño. Pero los problemas que menciona Stiglitz no son nada nuevo. La agencia Oxfam ha puesto el dedo en la llaga desde hace décadas. Se habla mucho de la agenda de la desigualdad, pero poco de la del crecimiento. Se echa de menos, en el texto de Stiglitz, un pronunciamiento más decisivo para que algunas de las economías emergentes efectúen las reformas necesarias para atraer las inversiones que las puedan hacer florecer.
No veo quién pueda estar en desacuerdo con disminuir la desigualdad. Pero falta hacer hincapié en la construcción de instituciones al interior de los países, en la transparencia, la autonomía de los poderes judiciales, los mecanismos anticorrupción, la rendición de cuentas, los cimientos de un verdadero estado de derecho.
El ejemplo es Sudáfrica, justamente, en donde la población sufre un desempleo que alcanza el 32% pero en cuyos gobiernos, en la era posterior de Nelson Mandela, han florecido los casos de corrupción. Un país en donde hay 72 homicidios por cada 100 mil habitantes, uno de los índices más altos del mundo (México: 26), pero en donde la policía ha sido señalada de proteger a criminales. Sí a la agenda de desarrollo, habría que decirle a Stiglitz y a Ramaphosa, recordándoles que también se debe de impulsar la agenda de las reformas institucionales, para que esos países crezcan, de lo cual no están haciendo el suficiente hincapié.
Por cierto, entre las ausencias a la cumbre, también está la de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien una vez más exhibe ese dogma que le heredó su antecesor de que “la mejor política exterior es la interior”. Con esa gastada cantaleta se encerrará una vez más en su parcelita y renunciará de nuevo al necesario papel de liderazgo que debería de tener nuestro país en el concierto de las naciones.

