El 16 de junio de 2022, el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer dio una conferencia en la que profundizó en su teoría de que la culpa de la guerra actual, y anteriormente de la anexión de Crimea, es de los países occidentales. Hablando de Vladimir Putin, dijo textualmente que "no tiene un historial de mentir a otros líderes": "Aunque algunos afirman que miente con frecuencia y que no se puede confiar en él, en realidad hay pocas pruebas de que mienta a audiencias extranjeras".

Así tal cual lo dijo. Se puede revisar en YouTube el video de aquella conferencia. Aunque nadie en su sano juicio lo pueda creer, el profesor Mearsheimer dice que Putin no miente… y aún así sigue teniendo prestigio intelectual en ciertos ambientes. ¿Qué más habría que añadir a este artículo? Muy poco. Ya que el profesor prefiere omitir el abrumador historial de mentiras del presidente ruso, queda en evidencia el descaro que tiene al tomar partido, precisamente por el agresor. Después de eso apenas se le debería tomar en serio... salvo que hay miles de personas en todo el mundo, quizá millones, que creen en sus teorías, y los apologistas de Putin le citan impúdicamente.

Mearsheimer insiste en que la OTAN causó la ruptura con Rusia en la cumbre de Bucarest de 2008, donde se estableció, ante la insistencia de Estados Unidos (importante: bajo la presidencia de George W. Bush), que Ucrania y Georgia serían invitadas algún día a unirse a la organización (Angela Merkel y Nicolás Sarzoky presionaron en aquella ocasión para que no ocurriera ese comunicado). Pero lo que vino después se olvida fácilmente. Rusia invadió Georgia sólo unos meses después pero, a pesar de ello, aún hubo muchos intentos de acercamiento entre la OTAN y Rusia.

Oportunidades perdidas

En 2010, los aliados de la OTAN se reunieron en Lisboa con Rusia como invitado especial, y en esa cumbre se alcanzó un entendimiento que perfectamente pudo presagiar un mundo diferente. Dmitri Medvédev, entonces presidente de Rusia, se comprometió a participar en las labores de seguridad internacional, "en pie de igualdad". Para entonces, ya habían pasado muchas cosas: Bush había abandonado la Casa Blanca y ocupaba el cargo un demócrata progresista, Barack Obama, que declaró que Rusia era "un socio, no un adversario".

En aquel momento se estaba debatiendo el escudo antimisiles que preparaban los aliados, y Rusia también fue invitada, y aceptó. "Ahora miramos al futuro con optimismo", dijo Medvédev. Diarios como El País llevaron la nota a ocho columnas, diciendo que la Guerra Fría había quedado finalmente atrás. George Robertson, entonces secretario de la organización, lo había visualizado desde 2003: "la única

manera de garantizar una defensa eficaz contra las amenazas a la seguridad del siglo XXI es mediante una asociación verdadera y de confianza entre Rusia y Occidente".

Contra las constantes afirmaciones de Mearsheimer de que occidente "arrinconó" a Rusia, la realidad es que trató de integrarla en prácticamente todo lo relevante: el Grupo de los 7 se transformó en el Grupo de los 8. El país euroasiático se convirtió en el principal socio de la Unión Europea en materia energética.

El gran desastre

En otra de las famosas charlas de Mearsheimer (que cuenta con 28 millones de visitas en YouTube), respondiendo a una pregunta sobre la influencia de los neoconservadores en la política estadounidense, dijo, equiparando a los demócratas y a los republicanos en Washington: "los imperialistas liberales y los neoconservadores se parecen mucho a Tweedledee y Tweedledum”. El profesor es incapaz de distinguir entre las acciones del ala más radical del Partido Republicano y los demócratas, especialmente los más progresistas y centrados. En sus conferencias, Mearsheimer cae en el sarcasmo barato, diciendo que la gente de otros países desconfía de Estados Unidos porque "nos ven causando problemas en Ucrania, nos ven buscando pelea con ISIS", y se preguntan "¿podemos confiar en ellos si (vemos) cómo opera esta pandilla?"

Para Mearsheimer es igual la política de George W. Bush y la de Obama, que se vio obligado a crear una alianza internacional contra una de las amenazas más despiadadas imaginables para la civilización, el Estado Islámico. El intento de meter en el mismo saco a liberales y ultraderechistas es, cuando menos, deshonesto. Al comienzo de la invasión de Ucrania, Vladimir Putin dijo que la guerra de Irak era el ejemplo de los afanes intervencionistas de occidente… y en eso tenía razón. Pero a alguien como Mearsheimer no le conviene hacer distinciones sutiles, porque se le puede desdibujar su discurso simplista.

En un inteligente texto publicado en Foreign Policy, Michael Hirsh sostiene que ya estamos en una nueva guerra fría, pero que no empezó en Ucrania, sino en Irak. Hirsh escribe que "es difícil imaginar a otro presidente que no fuera George W. Bush (que) hubiera cometido el acto esencialmente irracional de invadir un país que no tenía nada que ver con el 11-S... y cuando había ganado un voto de 15-0 del Consejo de Seguridad de la ONU que le daba acceso completo de inspección al mismo". “Cuando Bush invadió de todos modos, abrió una caja de Pandora de males que todavía desgarran el mundo". Pero, por supuesto, no estamos hablando de ningún gobierno liberal, sino de los neoconservadores de entonces, el Partido Republicano más radical hasta ese momento, algo que el Sr. Mearsheimer no puede discernir. El gran desastre de la historia contemporánea empezó con la ilegal guerra de Irak, algo que, según el consenso de analistas e historiadores, no habría sucedido con una administración demócrata.

Sofismas

Sí, el mundo vivió una guerra ilícita en Irak, pero ahora se enfrenta a otra igualmente demencial. En ambos casos, es el proceso civilizatorio el que ha sufrido, ahora con nuevas consecuencias, entre ellas el enorme retroceso en la cooperación contra el cambio climático, la nueva carrera armamentística en todo el planeta y las amenazas del cataclismo nuclear. El realismo filosófico del profesor Mearsheimer raya en la justificación de la hiperviolencia que ha traído la invasión, con el garlito de que así son las cosas en la realpolitik y no hay nada más que hacer. En el momento en que abandonemos la ética por el cinismo, disfrazado de realismo, empezaremos a normalizar algo que nunca debería haber ocurrido.

El politólogo portugués Bruno Maçaes ve las cosas más claras: denunció que, habiendo empezado ya la invasión, Mearsheimer primero negó los crímenes de guerra de Rusia y luego, cuando las pruebas eran abrumadoras, los excusó. "Mearsheimer será recordado como un apologista de la brutalidad rusa", escribió en Twitter.

Joseph Cirincione, experto en seguridad que dirigió en el pasado el programa de no proliferación de la Fundación Carnegie para la Paz, escribe que, "como una advertencia contra el cáncer pegada en los anuncios de cigarrillos, Mearsheimer pone en su análisis un breve descargo de responsabilidad diciendo que está en contra de la invasión de Putin, y luego centra todas sus críticas en Estados Unidos y Ucrania". Esta manera de envolver con sofismas la comparte con muchos en la ultraizquierda y la ultraderecha. “No discuten el verdadero horror de la guerra de Rusia porque, si lo hicieran, sería obvio que los responsables de estos crímenes deben ser confrontados, no excusados".

En un texto titulado "el esnobismo intelectual lastra el apoyo a Ucrania", Bruno Maçaes asentó: “los intelectuales pierden interés en las verdades simples porque todo el mundo tiene acceso a ellas... A muchos intelectuales del pasado les llevó años aprender a ser tan ingenuos como los acontecimientos que les rodeaban. Como George Orwell, acabaron sintiéndose mucho más cerca del mundo pero irremediablemente desconectados de sus semejantes". Pero "ésta es una batalla a la que uno debe unirse sin ambivalencia".

"Hay un momento en que incluso los intelectuales tienen que darse cuenta de que todo lo que defienden está en juego –insiste Maçaes–: cuando la violencia se enfrenta a la cultura, la oscuridad a la luz, la destrucción a la historia, la imbecilidad a la mente". El mencionado George Orwell podía ver claramente cómo la opinión de los pacifistas permitía a los nazis cometer más y más crímenes. No se permitió justificarlos. Aquel apasionado voluntario de la Guerra Civil española gritaba que en aquellas circunstancias concretas el pacifismo era "objetivamente profascista".

Algunos no sienten la necesidad de entender la diferencia entre la administración de George W. Bush con la de Obama o Biden. Se limitan a esgrimir el viejo dogma de la obsesión antiamericana (probablemente con una pizca de orgullo intelectual), bien analizado por el escritor francés Jean-François Revel en su momento. Se ríen cuando un profesor satiriza, socarrón y pagado de sí mismo, que los demócratas y los republicanos son "como Tweedledee y Tweedledum". Y el Kremlin no necesita extender su red de influencia todo el tiempo para difundir mentiras en las redes sociales… sólo necesita que académicos como John Mearsheimer sigan haciendo su trabajo de normalizar y, al final, acreditar la tragedia y la regresión histórica que sigue desarrollándose ante nuestros propios ojos.

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