¿Cómo definir al sexto y provocador filme de Michel Franco, Nuevo orden (2020)? Con total objetividad se resume en la siguiente línea: una boda es interrumpida por invitados inesperados. Él sugiere que es “una distopía en el futuro cercano sin ser México” (EL UNIVERSAL, 14/10/2020).
En esa boda, de súbito inicia la lenta descomposición de la línea argumental con que pretende abarcar a toda la sociedad. Nuevo orden es la subversión de un frágil estatus. Sin profundizar en ellos, divide los personajes en privilegiados y despojados, “metáfora” de la lucha de clases que reemplaza la causa por el efecto.
Franco hace un vértigo caótico, un atisbo al Apocalipsis que, le guste o no, define al presente: la era de la tetratransformación.
Franco nunca es sutil. En Daniel & Ana (2009) dejó al espectador sin salida con un forzado incesto, en Después de Lucía (2012) lo obligó a ver un brutal final, y en El último paciente: Chronic (2015) acabó con la poca empatía por su protagonista. Su estilo es llevar al público a un punto de no retorno, por lo general un precipicio moral o ético, desde donde lo arroja, haciendo de la experiencia fílmica una similar a la de estar en un accidente del que no se saldrá bien librado.
Con ligereza se compara a Franco con Michael Haneke y su Funny games (1997). Curioso, Nuevo orden parece sobrante de Benny’s video (1992, Haneke). Sólo que su modelo —de esquemático hiperrealismo hecho con cuchillo carnicero, que así usa la cámara de Yves Cape—, es el espeluznante cine caníbal de Ruggero Deodato, Umberto Lenzi y Joe D’Amato.
Excepto la doble moral ideológica, poca diferencia conceptual hay entre estos directores y sus holocaustos, ferocidades y notas sociópatas, con escenas de Nuevo Orden y su amplio rango de violaciones, ejecuciones y otras crueldades. ¿Por eso ganó el leoncito de plata?
El contexto de la “distopía” en Nuevo orden es enorme. Se nota cuan difícil de controlar resultó. Materializar violencia extrema no la hace buena película, sólo una difícil de aguantar.