Entre las fortalezas del cine francés está la calidad de sus filmes policiales con fuerte contenido emocional y social que rompen esquemas sin dejar de ser una forma de entretenimiento.
Caso en cuestión es el duro Tres días y una vida (2019), suntuoso octavo largometraje de Nicolas Boukhrief, quien confirmó su talento para el género en su notable Le convoyeur (2004), ineptamente rehecha por Guy Ritchie como Justicia implacable.
Basada en una novela del exitoso Pierre Lemaitre, adaptada con tensa precisión por Perrine Margain, la trama de Tres días y una vida aborda la que sin duda sería la peor Navidad posible de cualquiera.
Pero contar el conflicto implicaría reducirlo a un lugar común.
Boukhrief explora ese suceso criminal con perspicaz sentido moral.
Ello le sirve para develar las complejas relaciones que existen en comunidades como la que retrata.
Estableciendo rápidamente una atmósfera inquietante, ayudado por la neorrealista foto de Manuel Dacosse, Boukhrief acierta, especialmente, cuando muestra una gama de emociones desconcertantes en el drama que es la vida de Antoine.
De esta forma, resuelve la historia con actuaciones infalibles (destacando Sandrine Bonnaire como Blanche).
Tres días y una vida es un filme que detalla un misterio de tinte clásico en términos contemporáneos.
Logra con ello un novedoso e impresionante policial, que no necesita de balaceras interminables sino nada más un incidente con el cual evidenciar cómo funciona el mecanismo del mal y cómo afecta por siempre la existencia de una persona.
Indica el camino a seguir de un género que, fuera de las fronteras francesas, muestra fatiga.
El estreno de la semana.