En los 1970, cuando Paul Verhoeven se dio a conocer con varios filmes de intensa temática sexual, era popular un subgénero erótico, que explotaba cierta idea entre perversa y tímidamente denunciatoria sobre la hipocresía religiosa, en especial la conventual. Un vil pretexto para el exhibicionismo impúdico.

A esto regresa Verhoeven en su filme 17, Benedetta (2021), “hecho real” basado en un libro de Judith C. Brown, Actos inmodestos: la vida de una monja lesbiana en la Italia renacentista. Esto da el resumen exacto de la película.

Más asuntos de cajón —manipulados acorde a las necesidades de presentar algo “escandaloso”— relativos a la relación sádica, de ama-esclavas, entre la madre superiora y las monjas. Claro, con un buen de sexualidad, aunque sin los morbosos tintes del subgénero, gracias a la elegante foto de Jeanne Lapoire.

La hermana Benedetta Carlini (Virginie Efira) tiene raptos místicos (visiones y estigmas), que no impresionan a la ruda madre Felícitas (Charlotte Rampling).

La situación cambia para Benedetta por una posibilidad política del milagro que representa. Pero conoce a Bartolomea (Daphné Patakia).

No es casual que Verhoeven se interne por territorio minado: el interés de reivindicar el subgénero 1970. Busca, hasta determinado punto, restituir las bondades de la fe ciega con los cánones del espectáculo erótico.

Renuncia a la profundidad y exalta lo superficial: su interés está en impactar con lo que sugiere antes que con lo que muestra.

Esto lo vuelve un director indeciso entre ser autor de culto, o de un tibio “art-porn”, no del todo incisivo, no del todo explícito; no del todo filosófico en su aproximación a la religión, la fe y un probable milagro en las circunstancias de una era que reprimía la sexualidad.

Y no le funciona que quiera ser subversivo siguiendo un anacrónico código sin moral.

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