En México se registraron 52.4 millones de personas en estado de pobreza durante 2018, según Coneval. De cada 10 personas pobres, solamente 3 tenían la esperanza de poder superar esa condición. Por estas y otras razones, los representantes de las élites políticas y económicas fueron derrotados por más de 30 millones de votos el 1 de julio de ese mismo año. La necesidad de transformación del modelo neoliberal se enfrenta ante los límites que le impone un poder político y económico, sustentado en circuitos financieros y productivos globales, liderados por bancos globales, inversionistas institucionales y grandes corporaciones trasnacionales, cuya dinámica de acumulación genera concentración del ingreso y condiciones de vida adversas para amplias capas de la población.

Desde hace más de cuatro décadas se aplicó el modelo neoliberal en América Latina, y consistió básicamente, más allá de la corrupción, en la liberalización del flujo de capitales, la apertura comercial indiscriminada de la economía, la desregulación, las privatizaciones, el proceso de extranjerización y el desmantelamiento del estado de bienestar.

El neoliberalismo constituyó un entramado institucional que le permitió a las élites financieras extraer el excedente económico de la sociedad. La financiarización, en palabras de Lapavitsas (2011), es el resultado de la transformación sistémica de la economía capitalista, la cual gira en torno al sistema financiero e implica la creación de nuevas fuentes de ganancia.

Según Villavicencio y Meireles (2019) en los países periféricos se profundizó la subordinación de la moneda local hacia el dólar estadounidense. Bajo la financiarización subordinada los gobiernos deben acumular reservas internacionales y promover la entrada de flujos de inversión extranjera, que son atraídos por medio de altas tasas de interés y la apreciación del tipo de cambio.

El gobierno mexicano debe tomar en cuenta la experiencia de casi dos décadas de gobiernos progresistas, sus éxitos y limitaciones. Entre sus aspectos positivos destacan: el rescate del papel del Estado en la economía, la implementación de reformas fiscales progresivas y el incremento de transferencias de ingresos hacia los pobres.

Sin embargo, también es importante aprender de sus limitaciones: poco han avanzado en superar una estructura productiva especializada en la exportación de bienes primarios y la falta de impulso a los sectores de alta tecnología, pero principalmente el no romper con el pensamiento económico ortodoxo.

Este último punto es muy importante, pues las altas finanzas imponen su racionalidad a los gobiernos. Se trata de actores financieros cuyo valor en activos supera varias veces el PIB de los países latinoamericanos, y cuyas maniobras pueden hacer desplomar las monedas locales y empobrecer inmediatamente la vida de millones de personas.

La crisis del modelo neoliberal en América Latina nos ha dejado varias lecciones: los mercados financieros no son eficientes; el modelo tiende al estancamiento y genera pocos empleos; la deuda pública no crece por el exceso de gasto, sino por la necesidad de estabilizar la base monetaria ante los flujos de capital especulativo y los rescates bancarios; el equilibrio fiscal no es sano cuando la economía está estancada o en recesión; y los gobiernos que renuncian a una reforma fiscal terminan entregando sus bienes a las grandes corporaciones. La construcción de alternativas requiere romper con el pensamiento dominante, actuar políticamente con cautela y construir espacios de soberanía para perfilar otras opciones de política económica.


Profesor ENES León, UNAM e integrante CACEPS.
caceps@gmail.com

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