Mareas altas. Notable, el crecimiento de Xóchitl Gálvez a la cabeza de la alta marea rosa, con sus claras arengas coreadas por la multitud, el domingo, en la Plaza de la República. Reconocible, su entereza para sortear los sabotajes del gobierno a través de sus porros de la CNTE. Y, memorable, la afinidad en lo esencial: la defensa de la República, de los voceros de tres partidos históricamente antagónicos entre sí, al lado de a una incontenible afluencia de ciudadanas y ciudadanos, frecuentemente alérgicos a los partidos, pero esta vez dispuestos a hacer frente, juntos, a una desigual contienda electoral. Además, arribó a las costas del proceso electoral otra marea de olas altas. Se desencadenó el lunes con la convocatoria de 250 exponentes de la comunidad cultural, entre ellos, los más destacados intelectuales públicos del país, a votar por la candidata de la alianza democrática.
AMLO: perdida la batalla intelectual. Entre las y los firmantes del manifiesto de la comunidad cultural hay también historias apasionadas de antagonismos personales o de grupo, transferidos ahora —algo inusitado— a un segundo plano, ante “la deriva autoritaria” que López Obrador pretende extender al próximo sexenio, sostiene el manifiesto, “lo que significa una grave amenaza para la democracia”. Es la confirmación de la derrota de AMLO en el campo de batalla intelectual, como se lo escuché hace tiempo a Roger Bartra. Y también es la construcción de Xóchitl como símbolo de la resistencia civil “frente a la uniformidad gris y autoritaria del obradorismo” y por “la pluralidad multicolor de la oposición”, concluye el manifiesto.
Saldos del debate: Xóchitl y Claudia. Comentaristas —imparciales, pro Xóchitl y pro Claudia— han sostenido que Xóchitl no habría satisfecho el domingo las grandes expectativas que despertó el penúltimo debate de la temporada. Pero no parece haber duda de que la candidata de la alianza tuvo en su favor a una Claudia Sheinbaum empeñada en reafirmar su oprobioso rol de vicaria del Presidente en esta campaña, y, de acuerdo con el cálculo presidencial, de personera de AMLO en los años por venir de la candidata, ya instalada en la silla del águila. Sheinbaum no sólo reiteró su acatamiento al programa de AMLO de aniquilación de las instituciones republicanas y democráticas. No sólo hizo suya la militarización en curso y la opresiva “prisión preventiva oficiosa” (administrada contra desafectos del Presidente). No sólo sostuvo la amenaza de acabar con la representación proporcional y el papel de las minorías en el Poder Legislativo. No se limitó a repetir los ataques de AMLO a la independencia mostrada por la actual presidenta de la Corte. Ni se redujo a refrendar la desastrosa retórica de abrazar criminales mientras éstos acumulan cifras récord de asesinados, desaparecidos y desplazados. Además, hizo gala de actitudes reconocidas como (mala) copia del Presidente en su desdén a la realidad, en su soberbia y desprecio frente a quienes le exigen cuentas y respuestas y, sobre todo, en el hábito común de mentir: AMLO, con más tablas; Claudia, con la frialdad y la mirada inmóvil de pescado en hielo.
Máynez. Finalmente, Máynez pasó desapercibido en la discusión de la esfera pública, a no ser por el reproche al tiempo que consumió en perjuicio del debate entre las exponentes de las candidaturas reales. Y por su obsesión en criticar al Presidente que inauguró la alternancia democrática, hace un cuarto de siglo, sin tocar las desventuras nacionales acarreadas por el actual Presidente, entre otras, su plan en acto de aniquilar casi medio siglo de reformas democráticas. Una revelación como maestro del blof, Máynez manejó un discurso innovador como plataforma contra la oposición real y para dar capotazos a fin de sacar de apuros a la candidata oficial.