Alito, al servicio del régimen. El desconocimiento de la menor noción de la vida en la legalidad y la decencia, con sus artimañas de caricatura de cacique de pueblo y sus diatribas a sus críticos revertidas contra sí mismo, hacen de Alejandro Moreno Cárdenas, el ilegalmente reelecto presidente del PRI, uno de los personajes más funcionales a la era de López Obrador. Funcional, por supuesto, al liderazgo de AMLO, renuente a su vez a ejercer el poder presidencial apegado la Constitución y decidido a vaciarla de sus contenidos republicanos, liberales y democráticos. Alito es, asimismo, funcional al régimen porque historias picarescas como la suya nutrieron la narrativa hipócrita de podredumbre y corrupción de la vieja política: la retórica que llevó al poder a AMLO. Claro: vieja política de la que ahora medra y a la que le agrega más conductas anómalas y anacrónicas que las del antepasado. Moreno es, también, altamente funcional a la prolongación del régimen, porque su comportamiento de exclusión y marginación de priistas ajenos a su camarilla está impulsando la transferencia de militantes, simpatizantes y electores al partido del Presidente o a alguno de sus satélites.
Distractor de los asuntos críticos. Alito ha colmado las primeras planas, los noticieros de radio y tele y las redes digitales esta semana. Pero no como personaje relevante de la vida pública, sino como un villano bufo, de opereta, al mando de secuaces sin rostro, en su mayor parte sin identidad ni trayectoria. Su flagrante violación a la ley al realizar cambios normativos en su partido fuera de tiempo, cuando aún no ha concluido el proceso electoral, ofrece un espectáculo grotesco que, sin embargo, resulta oportuno y adicionalmente funcional al régimen. Ha sido el gran distractor de los asuntos críticos que aquejan al grupo gobernante, junto a aquellos con los que el régimen amenaza las libertades y lo que queda de una convivencia nacional armónica. Y estos asuntos críticos, no las trampas de quien se ha adueñado indebidamente de la organización, son los que tendría que estar discutiendo un partido de oposición verdadero.
Del tema de la sobrerrepresentación pende el futuro. Entre los temas sepultados por los reales o supuestos efectos funerales de las correrías de Alito en el destino de su partido, está el más urgente y trascendente, como lo han planteado Héctor Aguilar Camín y Joaquín López Dóriga en Milenio: la pretensión en marcha de imponer la sobrerrepresentación del oficialismo en la próxima Legislatura. Porque ello es lo que le aseguraría —o no— al Presidente, las mayorías calificadas que, a su vez, le permitirían purgar la Constitución de derechos y libertades y suprimir sus instituciones garantes. Más de seis semanas faltan para la conclusión del proceso electoral y la definición de este tema crucial. Y ni la cuestionada dirigencia del PRI ni la de los otros partidos de oposición parecen atentos a la asignación de asientos en las cámaras del Congreso, de la que esta vez pende el futuro de la República.
¿Parodia bananera a la Constitución? De eso depende, por ejemplo, que tengan algún sentido las propuestas alternativas al proyecto del presidente de someter al Poder Judicial, agravado el lunes con la indicación de AMLO de suprimir el requisito de la experiencia profesional para la elección de jueces, magistrados y ministros. Sus ‘argumentos’ moverían a risa si los escucháramos en una parodia de dictaduras bananeras, pero mueven a terror si provienen de un Presidente que da por hecho que contará con la mayoría calificada para introducir a la Carta Magna gracejadas de humor negro constitucional.
Despedida. Y esa artificiosa mayoría constitucional del régimen podría hacernos despedir de otra elección competitiva por una generación. O más.