No es un misterio. ¿Cómo hacer compatible el clima de zozobra, temor, inseguridad y confusión que se respira al despuntar 2025, con la alta aprobación de la cabeza del gobierno en las encuestas? Para usar el título de la laureada película sobre las primeras tres semanas y pico de Churchill al frente del gobierno, con Hitler enfilado a la isla, en 1940 ¿Cómo conciliar la alta aprobación de la presidenta Sheinbaum con ‘las horas más oscuras’ de los primeros meses de su gobierno, sin la claridad y la determinación del británico, sólo empeñada en minimizar con proclamas patrioteras el peligro de la llegada al poder de Trump, con la agenda antimexicana más agresiva desde la guerra de 1847? No hay misterio.
La verdad de las encuestas. El problema es que, en el mejor de los casos, las respuestas de los encuestados se inscriben, por un lado, en los sistemas de creencias y valores inoperantes. Y, por otro lado, en las expectativas de la gente. Las buenas opiniones recabadas —e incluso la aprobación en las urnas— no son certificados de racionalidad, ni de conexión con la realidad, ni de justicia. Los estudiosos ponen el ejemplo de creencias de alto consenso y poca racionalidad, que la tierra era plana y ocupaba el centro del universo, antes de Galileo. Mientras el ejemplo típico de expectativas de alto consenso y cero realidad y justicia, lo ilustran con el 88 por ciento del pueblo alemán, incluyendo el voto de numerosos judíos, que esperaban ver la solución de la crisis de la república —y de la postración general— en el otorgamiento de poderes dictatoriales a Hitler en el tristemente célebre plebiscito de 1934.
Estrategia proselitista sin estrategia de gobierno. Ya nos desagregará, como antes lo ha hecho, el riguroso encuestador Alejandro Moreno, la aprobación del 78 por ciento que su encuesta de El Financiero le asignó a la presidenta Sheinbaum. Qué parte de esa aprobación corresponde a la opinión subvencionada por los llamados programas sociales y a la expectativa de conservarlos y acrecentarlos. Y qué parte se debe a las creencias y valores de la población con que la prédica de López Obrador logró conectar para alcanzar la aprobación de la que ahora disfruta su sucesora. Cierto: una parte de esa aprobación podría pertenecer al grupo de indiferentes a la zozobra de la conversación pública: los indiferentes en los que Alberto Moravia encontró un caldo de cultivo del fascismo italiano. Pero otra parte de la opinión aprobatoria puede participar de esa zozobra, pero no atribuir su origen, o parte de él, a la gestión de la presidenta y a la herencia del expresidente: al arrasamiento del entramado normativo e institucional de la república, al barrido de las garantías para el ejercicio de las libertades y los derechos fundamentales, a la erosión del orden democrático, al fin de los frenos y contrapesos al poder absoluto y de los mecanismos de rendición de cuentas. Todo ello, con sus inevitables, perniciosos efectos en el estancamiento de la economía, la caída de la inversión, del empleo y de la producción agrícola, además del crecimiento de un déficit y un endeudamiento fuera de control. Y aquí nos topamos con un saldo monstruoso de inconsistencia, incompetencia y falta de estrategias en la gestión gubernamental, al lado de una eficaz estrategia para ganar aprobación y votos, con fines de prolongación del poder del régimen actual.
100 días en el cargo; séptimo año del régimen. Entrado ya el séptimo año del régimen creado por López Obrador y al cumplirse cien días del sexenio de Claudia Sheinbaum, la alta aprobación construida por el régimen sobre el desmantelamiento de la República puede convertirse en un escaparate de las vulnerabilidades del gobierno y del país en estas horas tenebrosas y conducir a un paso en falso, a una semana de la hora cero.
Académico de la UNAM. @JoseCarreno