Lenguajes en pugna. Una enigmática sonrisa observó el columnista de La Jornada, Julio Hernández, en el rostro de la presidenta. Fue al momento de responder a la pregunta sobre la ubicación remota —en el acto del domingo— de un quinteto de réprobos públicos del aparato oficial, identificados como portadores de los intereses de López Obrador. “No tiene nada de malo cómo se acomoda la gente”, pareció evadir la pregunta la presidenta, con su lenguaje verbal. Pero también pareció esbozar una respuesta, con su sonrisa, en su lenguaje gestual. Y en ese empeño de decodificar los mensajes en pugna del poder es que se ha centrado el debate público de los últimos días. Altas dosis de desinformación deliberada, mensajes verbales contradictorios, en pugna a su vez con lenguajes corporales y lenguajes proxémicos: los que se expresan en función de la distancia entre las personas, muy socorrido en las dictaduras del socialismo real, todo ello constituye un desafío formidable a la capacidad de los analistas para leer, en el sentido de descifrar e interpretar los mensajes presidenciales del México de hoy.

Sovietología a la mexicana. En la hermética dictadura soviética los observadores occidentales se especializaron en descifrar reacomodos, anticipar rupturas y adivinar disputas internas en el Kremlin, en función de la distancia con el dictador supremo en que eran acomodados los demás jerarcas en los kilométricos presídiums de los actos oficiales. Y así la proxemia, la rama de la semiótica centrada en la organización del espacio en la comunicación humana, pasó a ser también una rama de la sovietología, como ocurre ahora con los análisis de esta que parece anunciarse como una primera crisis de redefiniciones en el régimen autocrático mexicano.

Precisiones. A este respecto parece necesario precisar que aquella visión occidental —aquí caricaturizada— de las luchas por el poder como ‘juego de las sillas’ en los presídiums soviéticos, parecía dejar en segundo plano, por ejemplo, las sanguinarias ‘purgas’ colectivas de las tres décadas de Stalin en sus propias filas. Y, algo fundamental a precisar: los reacomodos periódicos en las siguientes tres décadas no expresaron proyectos de cambio del régimen dictatorial, hasta la llegada de Gorbachov, en la segunda mitad de la década de 1980. Y en este sentido, a juzgar por el desempeño y el discurso del primer año de la presidenta Sheinbaum, fieles, en lo esencial, a los designios del señor de Palenque, el desplazamiento de algunos de sus secuaces a la segunda o tercera fila del acto del Zócalo, o incluso más lejos, si se diera el caso, no parece apuntar a una restauración de la República demolida por AMLO. Sí parecería, en cambio, estar en curso un proyecto —que no acaba de cuajar— de recambio del personal y de los métodos heredados, particularmente los más marcados por la incompetencia y las ligas a los cárteles del crimen. Y si esto avanzara, no dejaría de ser una buena noticia.

Mensajes en guerra. Por ahora, no tiene “nada de malo”, como respondió la presidenta, enviar mensajes desde el margen de maniobra que le deja el nada despreciable poder de comunicación de decidir el orden y la distancia en que aparecen los contendientes en las escenas de mayor simbolismo del poder. Pero aparte de la falsificación sistemática de la realidad, continuidad de la práctica de su antecesor, resultan insondables las contradicciones del discurso de la presidenta. Del apunte del viernes de la pérdida de “la reputación y el legado” dirigido al sexenio de AMLO, pasó el domingo a la exaltación del expresidente con cobas colindantes con la parodia, junto a la sanción escénica a sus más allegados. Mensajes acaso jaloneados desde Palenque, pero, también, desde el campo de batalla interior entre cálculos y emociones de la presidenta.

Académico de la UNAM. @JoseCarreno

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