Incompatibles. Los hallazgos macabros en un predio que ocupó una banda criminal para el reclutamiento —engañoso o forzado— de personas, su entrenamiento como sicarios y el exterminio de sus víctimas, ponen de relieve una vez más las inconsistencias en la relación de la presidenta en funciones y el peso del expresidente. Confusiones, ambigüedades y vaivenes desinformativos del gobierno y los medios oficiales y oficialistas se enredan en dos propósitos incompatibles. Por un lado, absolver la trágica herencia frente a los cárteles —negligente o cómplice— del ahora expresidente López Obrador, y, por otro lado, poner a salvo a la vez la imagen —en construcción— de la presidenta Claudia Sheinbaum, como portadora de una nueva política de combate real a las organizaciones criminales.
Las zonas más oscuras. Otro efecto deleznable de la fallida estrategia de encubrimiento del gobierno anterior con el salvamento del propio es el regateo a los mexicanos de su derecho a disponer de información veraz sobre las zonas más oscuras de la masa hereditaria del expresidente. Es este un derecho que se suele reafirmar en los relevos del poder político. No sólo en los regímenes de alternancia democrática, sino también en regímenes autoritarios o predemocráticos, como ocurrió en las alternancias a la mexicana en el régimen posrevolucionario de partido dominante, en que se daba un escrutinio, a veces severo —y ocasionalmente arbitrario— del gobierno entrante a la gestión de salida y sus exponentes.
Últimas horas del derecho. No debe extrañar en este punto que este accidentado episodio de comunicación pública sobre las huellas y testimonios del control territorial del crimen se desarrolle justo ahora que, a iniciativa del propio expresidente, se asestan los últimos martillazos sobre los clavos del ataúd de la institución garante de la transparencia gubernamental, del derecho de acceso a la información y de la protección de datos personales. Sobre la hostilidad del expresidente —verbal, cicatera presupuestalmente y obstaculizadora de su debida integración— más los magnificados excesos de algunos de sus exponentes, los logros de Inai en transparencia de desvíos y otras irregularidades no tienen precedentes en la historia del país y nos colocaron, en dos décadas de existencia, a la par con los países más avanzados.
¿Holograma? Desde su holograma de ángel exterminador de las instituciones de la república y la democracia, López Obrador —a través de sus valedores en el gabinete, el Congreso y el partido oficial— parece vigilar el avance puntual de su proyecto de destrucción del Estado de Derecho. Con la desnaturalización y la captura en curso del Poder Judicial, continúa el arrasamiento de la separación de poderes para fundirlos en uno solo (el suyo) con el correspondiente desplazamiento de la centralidad de la institución presidencial. No tienen precedentes las acciones, omisiones y ‘distracciones’ de los secuaces del expresidente en menoscabo de la presidenta.
Límites. A su vez, la presidenta parecería aplicar frente a AMLO su receta de cabeza fría seguida con Trump, mientras va estableciendo límites y diferenciaciones con el expresidente. Por ejemplo, los arrestos y bajas de miembros de los cárteles, superiores, en menos de seis meses, a los de los seis años anteriores, más que un deslinde de su antecesor parecería un ‘yo acuso’ a su inacción. Igual se destaca la decisión de revisar, por científicos del Poli, los anticientíficos, antipedagógicos y propagandísticos libros de texto de educación básica de AMLO. Y, para no ir más lejos, la presidenta rompió la regla del expresidente de ignorar a las buscadoras de familiares desaparecidos. Y ante los paisajes de exterminio de Jalisco, revivió las instituciones —desfondadas por AMLO— de búsqueda de desaparecidos.
Académico de la UNAM. @JoseCarreno