Portería colapsada. Si imaginamos nuestra frontera norte como una enorme portería de costa a costa, diseñaba para atajar goles contra el país, ese marco ya estaría colapsado, con sus dos postes podridos, el de Baja California, en el Pacífico y el de Tamaulipas, en el Golfo. Sus porteros, la gobernadora Marina del Pilar Ávila y el gobernador Américo Villarreal, quedaron proscritos e inmovilizados por el poderoso equipo contrario. Y la entrenadora —nuestra presidenta— permanece petrificada en la banca con su sonrisa inverosímil de “aquí no pasa nada”. La negación o la remoción de la visa estadounidense pone en la frente de quien las recibe un estigma de proscrito o proscrita. Más, en la cultura fronteriza. Sea por las malas razones de quien impone esas decisiones, sea por las malas razones de quienes las reciben, estos dos gobernadores del régimen aparecen en el preludio de acciones punitivas mayores. Y han dejado al descubierto dos de las últimas líneas de defensa de su país. Quién sigue.

La otra ola migratoria. Ante el cruce de 18 allegados a la celebridad criminal del Chapo Guzmán, por un puesto fronterizo de la Baja a la Alta California, la presidenta Sheinbaum ya había emprendido la penosa ruta seguida por su antecesor, AMLO, tras el misterioso vuelo que el año pasado condujo a otra celebridad delincuencial, el Mayo Zambada, de Culiacán a El Paso. López Obrador pasó entonces semanas, meses, refunfuñando por la falta de respuesta estadounidense —que nunca llegó— a su pregunta sobre hechos ocurridos en territorio mexicano y en el vuelo de un avión por cielo mexicano. Hoy Sheinbaum empezaba a persistir en el reclamo de información al gobierno de Estados Unidos sobre los motivos y propósitos de esta otra ola migratoria al país vecino. Pero esta vez se corrigió a tiempo y se le transfirió al secretario de Seguridad Pública, Omar García Harfuch, la misión de continuar las imprecisiones de la presidenta, probablemente para bajarle el perfil a los pagos de ciego y las vaguedades dictadas por las circunstancias, sobre la supuesta obligación estadounidense de explicarnos el viaje de los Guzmán por aquellas tierras.

Si ya lo saben, para qué preguntan. A cuenta de qué tendría qué indagar el régimen mexicano las andanzas del contingente sinaloense si el propio secretario de Seguridad afirmó que sus miembros no son “objetivos” de las autoridades mexicanas, eufemismo que significa que no son requeridos por la justicia de este lado. Pero, sobre todo, a cuenta de qué solicitar información sobre el sentido del tour, si el secretario ya cree conocerlo: “se fueron por una negociación”, le dijo García Harfuch a Ciro Gómez Leyva. Un acuerdo, se repite, entre las autoridades estadounidenses y Ovidio, el hijo del Chapo Guzmán.

Remesas envenenadas. Faltaría establecer si la organización de la gira fue exigida, a cambio de sus revelaciones, por Ovidio, para poner a salvo a los suyos —entre ellos su mamá— de la cruenta guerra que se extiende entre ‘mayitos’ y chapitos’. O para rescatarlos de represalias sangrientas de los capos y sus aliados en el poder político, denunciados allá por Ovidio. O, si, por otro lado, la exigencia de la expedición sinaloense provino de la autoridad de EU para corroborar o ampliar los testimonios de Ovidio, porque entre los expedicionarios habría personajes activos en el crimen y podrían constituirse también en testigos colaboradores, entre ellos —se afirma— la propia mamá del declarante. En todo caso, estos nuevos migrantes estarían próximos a enviar otro tipo de remesas a su país: remesas temidas, envenenadas que apuntarían a una profunda crisis en el régimen por las revelaciones de estos nuevos migrantes mexicanos. Y de allí la cautela, los titubeos, las evasiones de las voces oficiales, arriba y debajo de las mañaneras.

Académico de la UNAM

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