Los crímenes oficiales en la pandemia. Evidencia de que en Palacio se asumió la mala noche del oficialismo en el debate del domingo fue la cantidad de distractores lanzados el lunes por AMLO. En el último mes de campaña, y en el programa del último debate, la agenda del crimen aparece el testimonio de un testigo altamente valorado por López Obrador, cuando declaró contra García Luna en Brooklyn. Pero esta vez lo hizo contra el propio Presidente, señalándolo como beneficiario de recursos del narco para sus campañas. Todo, en un libro de Anabel Hernández, una periodista enaltecida también por el Presidente. Y por si algo faltara, a punto de enviar estas líneas a EL UNIVERSAL, invadió la esfera pública el informe final de la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19 en México, que prolonga la agenda criminal del gobierno a su responsabilidad en 300 mil muertes en exceso atribuibles a sus malas decisiones. Un tema crítico que en unas horas ocupó medios y redes, sin demérito del seguimiento del tropiezo dominical de la candidata oficial. Va un análisis más.
Xóchitl hizo su tarea. Claudia cumplió instrucciones. Xóchitl corrigió, cambió lenguajes y estrategias, hizo acopio de información tóxica para la oponente y seguro entrenó con intensidad en sesiones de intercambio de golpes con buenas o buenos sparrings. Sorprendieron su agilidad mental, su seguridad en sí misma y su espontaneidad. Fue otra Xóchitl, contrastante con la del primer debate. A su vez, Claudia atendió a reproches de Palacio (trascendidos por Palacio) con el cargo de una supuesta insuficiencia, en el primer debate, a la hora de reivindicar la obra de su creador. Esta vez sí le cumplió, a costa de la reivindicación de su propia causa. Xóchitl habló para el electorado. Claudia, para el Presidente. La Claudia de siempre.
Sonsonete de informe. Cuantiosas, las utilidades cobradas por Claudia a lo largo del siglo por su pertenencia a la hasta ahora próspera empresa política de AMLO. Pero el domingo se dispararon los costos: no solo resultan ruinosos para el país, sino que se han multiplicado para la propia exjefa de gobierno. El tiempo dedicado a defender a su progenitor político no sólo mermó su cuota en el reloj de los moderadores. Además, el sonsonete de informe presidencial, congestionado de cifras imposibles de seguir, para exaltar la estancia en Palacio de López Obrador, contrastó con la contundencia de la refutación de Xóchitl y el pegajoso título asignado a la oficialista: “la candidata de las mentiras”.
Xóchitl, en candidata; Claudia, en ‘presidenta’. A lo largo de los dos debates, Xóchitl no ha dejado de dirigirse a Claudia, de buscar su mirada a la hora de exigirle respuestas de su gestión en los negocios públicos, así como del desempeño de López Obrador. Actuó como lo que es: una candidata bajo fuego del Presidente y sus secuaces. En cambio, Claudia no ha volteado a ver a su opositora en cuatro horas de confrontación ni la ha llamado por su nombre. Ha actuado como ‘Presidenta’. Una Presidenta sin márgenes propios de acción, obligada a conducirse, como se vio en los dos debates, con el mismo desdén de AMLO por la realidad, ignorando o minimizando hechos punibles, evadiendo responsabilidades y pretendiendo distraer con un listado agotador de ‘logros’ inverosímiles del régimen. Su lenguaje corporal deja al desnudo que, para ella y AMLO la oposición ya no es un mal necesario, sino prescindible: toda discrepancia, toda resistencia pertenecen al pasado en demolición. Es este uno de los mensajes clave de esta ‘presidenta’ inmóvil. Un mensaje más de ominosa continuidad en el ejercicio de un poder excluyente, sin diálogo ni búsqueda de acuerdos con una oposición acaso aceptable como marginal, pero con miras a su extinción. Dictadura en ciernes.