Violación de expectativas
En la misma semana en que el semanario más influyente de la globalidad, The Economist, titula un artículo sobre nuestro país con la sentencia de que “México necesita estrategias de Estado, pero su presidente ofrece un espectáculo”, las encuestas mexicanas de aprobación presidencial muestran que ese show pierde aplausos, que el espectáculo decae: se le han esfumado entre 14 y 20 puntos de atractivo en el último año, de los cuales 5 se han ido en estos dos meses de 2020. Y la caída tiene lugar precisamente por los estragos de la ausencia de una estrategia de Estado en materia de seguridad; por los costos de las decisiones antiestratégicas que llevaron a la recesión económica, al retiro de las inversiones y a la pérdida de empleos; por la improvisación y la impericia en los recortes presupuestales y la destrucción de instituciones que, sólo en el campo de la salud, mantienen en la angustia —y en la desafección al régimen— a miles de familias reclamantes de medicamentos.
La aceptación del espectáculo decae asimismo por el desdén a la lacra de los feminicidios, contra los cuales tampoco hay estrategia pero en cambio se ofrece una nueva temporada del show del avión presidencial, en desventajosa competencia con la abrumadora convocatoria ganada por las movilizaciones de mujeres de los próximos días. Quién sabe cuántos mexicanos atiendan el reclamo ético de Chava Flores (“¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano? / A hacerte rico en loterías con un millón”). Y cuántos compren la ilusión que ahora promueve el presidente del cachito de los 20 millones que se empezará a vender justo el día del paro nacional de las mujeres.
Por lo pronto, la caída en las encuestas habla de un clima de violación de las grandes expectativas que despertó la llegada de AMLO al poder. Y allí está ahora el presidente en el cruce de varias crisis por la pobreza de su gestión, pero dedicando su espectáculo mañanero de ayer a actuar la compra de su cachito para la no rifa del no avión que algún día llegará al no hangar presidencial. Y por eso allí está también la caricatura a media plana del presidente al abrir la sección ‘The Americas” de The Economist: AMLO aparece ocupando completo el escenario estrecho de un teatrito con un teloncito rojo, corrido, con el fondo de Palacio Nacional, para ilustrar un reportaje sobre el “pobre desempeño” del gobierno para el cual, concluye el texto, es probable que su remedio sea más teatro político.
AMLO, Trump, Covid-19
López Obrador y Trump insisten en parecerse en sus estilos de reacción ante realidades incómodas. Son similares sus respuestas ante las advertencias sobre la ruta del Covid-19 hacia una pandemia. Empezaron con su minimización a dos voces. A veces llegan a la negación del riesgo. Sus réplicas al vértigo de los mercados por la epidemia se nutren de la autocomplacencia de su arsenal desconocido de otros datos (AMLO) o de ‘hechos’ alternativos a la realidad (Trump). Y sus arrebatos contra sus adversarios políticos, acusándolos de usar contra sus gobiernos la preocupación social, parecen calcados unas de las otras. De hecho, la menor duda sobre la capacidad de sus sistemas de salud para atender la contingencia es rechazada como contrapropaganda del enemigo. Y si eso no es politizar la amenaza viral, quién sabe qué lo sea, lo que no les impide a AMLO y a Trump culpar de esa politización a los otros.
Ley del silencio
La ley del silencio social como fórmula de (in)comunicación de la contingencia conspira aquí contra las buenas artes comunicacionales y el apego al manual de crisis del subsecretario López-Gatell y el director del INER, Jorge Salas. También atenta contra el derecho de la sociedad a cuestionar y poner a prueba las capacidades del gobierno para enfrentar las emergencias.
Profesor en Derecho de la Información,
UNAM