Esto no se lo hubieran hecho a él. No, esto no se lo habrían hecho a él. Ni antes, como presidente, ni ahora, como el invisible tripulante del elenco que desde el fin de semana se ha llevado la atención de la esfera pública. ¿La causa? Aparecer de espaldas, en la fila de asistentes de mayor jerarquía, al paso de la presidenta Sheinbaum rumbo al presídium de un acto multitudinario organizado paradójicamente para exaltar su constitucional investidura suprema y su desempeño. ¿El resultado? No se comenta del mensaje de la Presidenta y el mensaje dominante en medios y redes es el ‘desaire’ a la Presidenta de la República por algunos de los mayores operadores de la maquinaria política del expresidente López Obrador.

El oscuro objeto del regocijo. El elenco desatento con la Presidenta estuvo integrado por la presidenta del partido oficial, los líderes de las mayorías oficialistas en ambas cámaras del Congreso, un senador que deja que se sepa —o que se diga— que desde su escaño mantiene línea telefónica abierta con el expresidente, en tiempo real, para trasmitir sus indicaciones a sus legisladores. Y, sobre todo, estuvo el oscuro objeto del regocijo distractor del grupo, su prioridad sobre la consideración a la Presidenta: posar para la foto con el hijo del expresidente y —se insiste— su heredero y su voz en los procesos de acumulación y perpetuación del poder en el emporio político dirigido por su padre.

Contra la centralidad de la presidencia. En otras circunstancias sería atendible la pretensión de los partícipes del desaire de paliar los efectos del escándalo con sólo reducir el incidente a un episodio trivial, a un tropezón protocolario magnificado por los ‘adversarios’. Incluso se podría atribuir el hecho a una distracción inocente, como lo sugirió con indulgencia la Presidenta. Pero eso sería plausible si la distracción o el tropezón no vinieran precedidos de reiteradas muestras de frialdad ante la centralidad constitucionalmente establecida de la institución presidencial. Y si el elenco desdeñoso no hubiera operado repetidamente el juego del expresidente, opuesto al que ha tratado de armar la Presidenta. Desde su idea (frustrada operativamente por ellos) de postergar indefinidamente la iniciativa de AMLO para la desnaturalización y la captura del Poder Judicial, hasta el bloqueo en el Senado al prospecto de la Presidenta para devolverle su función original a la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Para no hablar de la enmienda de su partido en el Congreso a la iniciativa antirreeleccionista de la Presidenta: un retoque que, aparte de satisfacer ambiciones personales, tendría el objetivo principal de permitir en 2027 la reelección de buena parte de la abrumadora (aunque espuria) mayoría de diputados de AMLO, no de Sheinbaum.

Otros datos, otro régimen. El elenco de la descortesía le impidió a la Presidenta darle fuerza de ley a su proyecto antirreeleccionista. Y ahora ella se muestra confiada en que su partido cumpla ese principio desde 2027. Pero todo indica que será el hijo del expresidente quien integrará las listas de candidatos. Y él, como su padre, suelen tener otros datos. Igual que ambos parecen disentir de la centralidad de la institución presidencial en nuestro sistema político. No para descentralizar sus poderes, como ocurrió en las décadas anteriores, sino para concentrarlos en el expresidente, quien ahora los ejerce a través de su maquinaria partidista. Y esto podría estar en ruta a un cambio de régimen en que el partido del estado controle las decisiones de los poderes formales del estado, desde la presidencia y el Congreso hasta los tribunales, como parecen perfilarlo las reformas y las actitudes de López Obrador y los suyos. Y como podría inferirse del actual desdén de la maquinaria partidista a la figura presidencial.

Académico de la UNAM. @JoseCarreno

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