Ya te extrañamos, querido León García Soler, para hablar de este tiempo percudido: ‘más claro, ni el lodo’, solías ironizar sobre sus mentiras.
Recuerdos de un porvenir ominoso. Su aferramiento al recuerdo de una derrota de 2006 —vendida por el entonces candidato López Obrador como fraudulenta— ha mostrado tener hoy retorcidos propósitos múltiples. El más reciente: como excusa para aplazar hasta el lunes pasado la felicitación protocolaria al ganador de la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden, 40 días después de la elección, reafirmada también el lunes por el Colegio Electoral. El —a su juicio— precipitado alud de felicitaciones a su vencedor de 14 años atrás fue el motivo aducido por nuestro presidente para acompañar por seis semanas al derrotado, el todavía presidente Trump, en sus inverosímiles, improbables alegatos de fraude. Una particularísima versión de los principios de nuestra política exterior completó el pretexto para mantener a nuestro gobierno al lado del más grotesco intento de ignorar millones de votos que se volcaron por sacar de la presidencia al amigo de AMLO.
Automarginado del acercamiento preliminar que mantuvieron desde el 4 de noviembre los gobernantes del mundo con el presidente electo, el régimen de AMLO aprovechó en cambio el vacío para avanzar reformas no sólo perjudiciales para México, sino también para las relaciones de cooperación bilateral con Washington en materias financiera y de seguridad. Pero acaso el propósito mayor de este retraso cómplice con las fintas golpistas de Trump, parecería inscribirse en un proyecto de pesadilla. A este proyecto han resistido hasta ahora las más que bicentenarias instituciones democráticas de Estados Unidos. Pero un proyecto así, aquí, podría someter a una prueba endiablada a las apenas treintañeras instituciones de la joven y frágil democracia mexicana.
Sí. Tras este primer ensayo de Trump, está en curso aquí un segundo ensayo de perpetuación en el poder, tan negado con palabras, como anunciado en acciones El acompañamiento del presidente mexicano al fallido intento de reelección de Trump por encima de la ley y del veredicto de las urnas —realizado desde el poder de la Casa Blanca y la mayoría del Senado y de la Corte— le trajo a AMLO recuerdos de su propio, fallido ensayo de asalto al poder desde la oposición y desde su campamento del Paseo de la Reforma al Zócalo.
Segundo ensayo. Pero AMLO parecería presto a transitar de aquellos recuerdos a un porvenir fincado en un segundo ensayo. Esta vez se dirigiría a forzar la prolongación del poder desde el poder, como lo intentó Trump. Un poder aquí reconcentrado, incontrastable de Palacio, con su control de los poderes Legislativo y Judicial y la vulneración —hasta su eliminación— de los órganos constitucionales autónomos que equilibraron el poder presidencial en las pasadas tres décadas. Recuerdos, aquellos, vindicativos de un porvenir ominoso.
Licencia para agandallar. Permiso para violar la Constitución, le otorgó el tribunal electoral al presidente y a todo burócrata de la Cuarta, al revocar las medidas cautelares dictadas por el INE para que el presidente dejara de violentar los principios constitucionales de neutralidad y equidad con sus ataques a la oposición. Segundo ensayo con esta institución nacida autónoma y hoy corrompida y al servicio de un oficialismo enfilado a perpetuarse en el poder. Ni la salud, ni la economía ni la corrupción aparecen en el radar del régimen si no es para obtener ventajas indebidas para el oficialismo, con la válvula adicional de seguridad de un tribunal electoral dispuesto a lo que el presidente reordene. Así vamos a la elección de 2021, tras la cual una nueva Cámara de Diputados elegirá al nuevo presidente del INE, con miras a la elección de 2024.