En un tiempo que hemos etiquetado como el año 1928, Arthur Eddington publicó una serie de ideas que en el tiempo que decidimos llamar “hoy” son conocidas como “la flecha del tiempo”. Se trata del principio de irreversibilidad y direccionalidad del tiempo. De acuerdo con Eddington, podemos dibujar conceptualmente una flecha del tiempo en cualquier dirección. Dado que el universo y todo lo que contiene tiende a la entropía -es decir, a la expansión, a un estado más complejo o desordenado-, podemos asumir que la flecha comienza en el pasado, surca el presente y apunta hacia el futuro. En un pasado más reciente, el astrofísico Stephen Hawking alegaría que, en realidad, no solo la idea de la flecha del tiempo, sino la concepción misma del pasado, presente y futuro son construcciones tan subjetivas que uno podría más bien pensar que no existen.
El tiempo, explicaba Hawking, avanza de forma irreversible y el pasado es solo una maraña de recuerdos única de quien la evoca. El presente es, si no inexistente, al menos sí efímero, porque una vez que uno lo atenaza ya se convierte en pasado y, lógicamente, el futuro no habita en ningún sitio sino que se materializa hasta que la flecha del tiempo lo atraviesa, convirtiéndolo momentáneamente en presente e inmediatamente después, en el pasado irremediable. De ahí que no pueda estar más de acuerdo con la Jefa de Gobierno de la Ciudad cuando se hizo la pregunta retórica hace unos días de quién está pensando en el 2024. Porque el parrafito arriba escrito sobre Eddington y Hawking es, como diría Carl Sagan, apenas el orégano en el pozole del universo. Podríamos dedicar horas, videos y notas sobre la teoría de cuerdas y las del multiverso para apenas rasguñar la complejidad de hablar del futuro.
Visto así, tan inefable, tiene toda la razón la Jefa de Gobierno. Pensar en el futuro es un lujo que no todos pueden darse. Claro que la humanidad es tan extensa que unos podemos sentarnos a imaginar a México en 2071 pero, para otros personajes, ocupar su tiempo en imaginar el futuro electoral de 2024 no solo es ocioso sino insensato. Porque todavía nos quedan un montón de cosas por resolver en la flecha del tiempo antes de llegar a la punta. Como sanar la herida abierta que es Ayotzinapa y descubrir una verdad completa que, aunque atroz, no sea la vergonzosa verdad histórica que se planteó hace algún tiempo y que ha mostrado sendas grietas por todos lados.
Ni qué decir del pasado violento que sigue ocurriendo todos los días, mientras normalizamos el debilitamiento del Estado y el control absoluto de territorios del país por grupos criminales. Tanto hay en el presente por tratar al menos de controlar que, igual que pensar en la entropía, hasta uno se aturde. Los personajes de este presente están muy ocupados en el asedio a la ciencia mexicana y vender un cuento de ustedes contra nosotros que suena disparatado sospechar que alguien está pensando en el 2024.
A lo mejor hay quienes pueden darse el lujo descomunal en estos tiempos borrascosos, pero intuyo que, como todo lujo, está reservado para muy pocos. No pueden hacerlo quienes siguen capoteando la pandemia milagrosamente -con y sin vacunas- y viviendo al día, que es el único futuro que les cabe en la cartera.
Tampoco quienes han perdido a tantos en estos últimos meses y cuyo consuelo está en el pasado de esa flecha imperturbable. Los científicos que se ven cuestionados y orillados a buscar empleo como si hubiesen estado haciendo algo indebido los últimos años, ellos tampoco han de estar pensando en el 2024. A quién se le ocurre, no puedo estar más de acuerdo con nuestra Jefa de Gobierno.