Reapareció en la arena pública apenas antier el expresidente Ernesto Zedillo con un mensaje que puede sintetizarse en la idea de que México perdió como país el carácter democrático. Una de esas sentencias que no se hace a la ligera y que parece el encabezado de un video de YouTube pidiéndonos abrirlo. Dejo aquí un par de ideas que buscan que logremos un lenguaje común cuando nos damos tecladazos en la cabeza con desconocidos en las redes.

La primera, sobre la democracia. Hemos sido educados tanto en la escuela como en casa para asumir un papel ciudadano muy limitado y abrazar un concepto de democracia también harto estrecho. Pensamos que se activa nuestro poder del pueblo cada seis años o cada que hay alguna elección en medio y limpiamos de mugre nuestra INE. Y votamos. Y ya. Acaba la fiesta de la democracia y vuelve el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza, como dice Joan Manuel.

Contrario a esta idea, la democracia bien entendida es el poder de los ciudadanos todo el tiempo, no sólo cuando hay elecciones. Claro que, como le dijo el tío Ben a Peter Parker antes de palmarla, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y es ahí donde nos resulta muy conveniente que la democracia sea esa idea limitadísima de votar y echarle la culpa al gobierno de todo. Porque vivir en democracia implica que, sin importar si la candidatura que apoyamos votando ganó o perdió, nos convirtamos en la lupa que revisa si quien nos representa lo está haciendo bien. Si estamos de acuerdo con las decisiones que toma el congreso respecto de los problemas más graves del país, y si el presupuesto que se asignó a un programa para combatir un problema en verdad se ejerce como se planeó. Para eso sirve el acceso a la información, la rendición de cuentas y la transparencia. Para permitir que usemos nuestro poder del pueblo más allá de la elección. Cuando uno no quiere asumir esa responsabilidad, resulta entendible que se piense que los órganos cuyo objetivo era garantizar la transparencia y el acceso a la información no sirven para nada. A este concepto de democracia todavía tendríamos que colgarle el elemento de buscar que el poder no se concentre en pocas manos. Evitar a toda costa una tiranía, dictadura, autocracia o pesadilla recurrente.

La segunda idea tiene que ver con la relación entre el mensaje y el mensajero. Es decir, lo que dijo Zedillo y, pues sí, Zedillo. Si pensamos en la democracia como este concepto más amplio que implica un poder extendido sobre las decisiones públicas pero también una responsabilidad más ancha sobre monitorearlas y exigir, no habría que desestimar completamente el mensaje del expresidente. En los últimos meses las decisiones del gobierno en turno han apuntado a centralizar responsabilidades y facultades que antes estaban desperdigadas. La reforma al poder judicial, la desaparición de órganos desconcentrados, y la transformación del CONACYT en una secretaría apuntan hacia esta centralización de las decisiones en el poder ejecutivo. La narrativa oficial sostiene que tiene que hacerse esto para reparar las malas prácticas del pasado. Uno puede estar de acuerdo con esta lógica o no pero, al hacerlo, se vuelve a un modelo que ya conocemos en México porque justamente veníamos escapando de él. La cuarta transformación del país era un rechazo contundente a ese PRI que reinó por décadas, centralizando todas las decisiones, anulando la oposición, rindiendo cuentas a nadie y haciendo añicos nuestro poder del pueblo. Nos resulta tan desconocido vivir en una democracia saludable porque ese imperio priista y una transición panista que no cambió un ápice la realidad para bien solo nos mostraron esa idea casi nula de democracia. Estamos tan acostumbrados a lo otro que nos resulta imposible desnormalizarlo y exigirle incluso a quienes sí elegimos en las urnas lo que hemos venido pidiendo desde hace tiempo: poder del pueblo.

Todo se vuelve más turbio por varias razones. La primera es que quien lanza este mensaje representa justamente ese viejo régimen que significaba todo eso terrible de lo que nos queríamos deshacer. Como si Elon Musk viniera a decirnos que los millonarios megalómanos son malvados y habría que desconfiar de ellos. La segunda me temo que es más honda y triste. Así como no somos tan ingenuos como para pensar que la democracia es solo ir a votar pero nos pesa asumir la responsabilidad de ese poder el resto del tiempo, tampoco somos tan ingenuos para pensar que ahora sí estamos en esa democracia plena y saludable, y que no estamos simplemente repitiendo el esquema conocido. Lo difícil es encarar la realidad de contarnos bien el cuento de la democracia y saber que no vamos hacia allá. Porque, de hacerlo, pareciera que hemos agotado todas nuestras opciones y vivimos en un laberinto imposible donde todos los caminos llevan al mismo sitio. Asumir la responsabilidad del poder del pueblo tendrá que empezar por reconocer dónde estamos y, entonces sí, buscar el camino que abra la puerta del laberinto.

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