De niño tuve un llavero con una figura humanoide muy simple en verde, blanco y rojo con cabeza de balón. Para mí era solo eso, un juguete que, coincidentemente tenía la cabeza blanca y negra y el cuerpo pintado de los colores de la bandera. Mucho tiempo después descubrí que se trataba de Ciao, la mascota del mundial Italia 90, a la que México no fue por el tema de los cachirules. Otra ronda de años más tarde me explicaron de la trampa que consistía en hacer pasar por más jóvenes a algunos jugadores del equipo. No sé qué fue de mi llavero de Ciao ni de ese grupo de falsos Peter Pan.
Algunas cosas se convierten en una suerte de separadores en el tiempo. Eventos significativamente mayúsculos que le doblan la oreja a la página y nos dejan, como diría Alberto Chimal, un sedimento de memoria que no se elige y va quedándose terca e inadvertida en la alfombra del cerebro. Algunos mundiales, algunas olimpiadas, todos los malditos terremotos, algunas elecciones. No tiene ni seis años que una victoria aplastante inundaría de esperanza a un país muy desvencijado de creerle a todo el mundo. Los mismos años en que ese júbilo se enjuagó y desbarató como papel picado sobre lluvia y acabó haciendo este caleidoscopio polarizado que nos trajo hasta aquí.
La postal de este domingo es compleja, difícil de tragar. Claro que es motivo de orgullo que en un país de un machismo letal esté a punto de asumir la presidencia una mujer. El problema es que la sofisticación de esta contienda nos hizo comparar quién dice más cosas que se pueden hacer memes, quién se viste mejor y a quién le quedan mejor los filtros embellecedores. Quien se asome a esta postal tendrá una impresión equivocada. Claro que en este tiempo viven mujeres brillantes y capaces de liderar a una sociedad que no deja de dar tumbos. El asunto es que estábamos muy ocupados endilgándoles partidos, canallas y transas como para que importara lo importante. Hicimos una caricatura hueca en la que nadie acabó de dibujar un perfil de científica ni de aliada de la juventud y la oposición.
La estampa de este domingo todavía tiene el eco de quienes tuvieron el asqueroso atrevimiento de juzgar a un candidato que tuvo mejor suerte en un templete que otras personas cuyas vidas perdidas no importaron para calificar de cobarde a alguien. Como en el Sueño de una tarde dominical en la alameda, de Rivera, en la postal de hoy se agolpan, al menos, dos multitudes. Una que todavía no se cansa de defender lo indefendible del régimen actual y que tiene la lengua muy mordida por todas las veces que se sintió indignada ante las mismas prácticas con las que se gobierna hoy. Otra que nunca ha acabado de entender que el privilegio -así sea el más leve- no siempre es el mejor altavoz cuando se quiere denunciar lo que nunca ha estado bien. En el centro, la muerte y la juventud caminando del brazo. La misma que se asfixia en drogas sintéticas y se enlista en las filas de los cárteles. La que ya no sueña con una casa ni con Estados Unidos ni con que la selección gane el mundial. La que hace un par de semanas se tuvo que tomar el agua
infusionada con gasolina, a la que nunca durmieron con cuentos de hadas. La que piensa que el futuro es la cena de esta noche y nada más.
Nadie elige bien lo que recuerda, y no todos los recuerdos son idílicos y felices. Hubo un México en el verano de 2024 que se quedaba sin agua y se moría de calor. Donde el futbol estaba lleno de trampas y era apenas una maqueta de la realidad nacional. Uno de diferencias agudísimas que fueron subrayadas por líderes de todos colores beneficiando a nadie. En plena rebatinga tamaño caguama se armaron casillas y se invitó a la gente a salir a votar, como quien lanza una cubeta de agua al edificio en llamas.