Con gratitud a Os @heysoyos por lo mucho que lo mucho que me enseña me invita a pensar
Hace unos días subió a la espuma de la viralidad la historia de Macario Martínez, músico de la CDMX. Aunque todos escuchamos música, pocas veces reparamos en cómo y a qué velocidad han cambiado la distribución y difusión de la misma. Muy atrás quedaron los tiempos del CD y su librito. Ni qué decir de ir al MixUp a ponerte unos audífonos y descubrir música nueva. Hoy una artista puede lanzar música todos los días, todo el tiempo, en todas las plataformas. Y aunque eso suena al paraíso libre de los rufianes que concentran en pocas manos el mercado, en realidad se ha vuelto una competencia encarnizada por el recurso más valioso de estos días: la atención.
Ahora que se estrenan cientos de miles de canciones todos los días, a las artistas no les alcanza con componer y grabar música buena porque componer, grabar y poner en plataformas se ha vuelto el estándar mínimo que obliga a tener que acompañar la producción musical con la producción de contenido: historias, videos, fotos que llamen la atención de una escucha potencial y lo vuelvan parte de la comunidad de seguidoras de una artista. Sin estos recursos audiovisuales, canciones increíblemente bonitas y excepcionalmente producidas duermen el sueño del olvido debajo de mil reproducciones en las plataformas. No es una exageración: están ahí, todas.
En virtud de lo anterior es perfectamente comprensible que una artista busque la viralidad con este contenido audiovisual: una vez que das en el blanco atrayendo la atención de cientos de miles de teléfonos, los traes al terreno de tu música, donde con suerte una buena parte de esas personas curiosas te seguirán en el camino. Ése es el contexto en el que Macario Martínez publicó un video en una toma vertical a una hora ingrata de la mañana y explotó en viralidad por su franqueza. De fondo, su música nostálgica y sencilla que le viene muy bien a esos matices de la madrugada. Contrastando con el oscuro de un día que no levanta está su uniforme. Una leyenda arriba lo dice todo en apenas unas palabras. Un barrendero que quiere que escuches su música.
Hay distintas maneras de hacerse viral y Macario abrió la puerta de la honestidad: hay una analogía de su mañana de levantarse al trabajo y del oficio de hacer música: salir en la espesura de lo incierto y seguir trabajando. Me alegra muchísimo su caso porque logra romper la barrera del anonimato musical y logra hacer que sus canciones sean escuchadas por un montón de gente. Deseo que sepa aprovechar la atención y éste sea el comienzo apenas de una carrera musical muy fructífera. Además de la alegría de ver talento sonoro finalmente reconocido por la audiencia, el caso de Macario deja ver las costuras de la sociedad y la industria de la atención que han mercantilizado y caricaturizado su historia cínicamente.
Por un lado, está la opinión pública: esa maraña de gente en la que estamos tú y yo que arrastra el dedo y se detiene ante algo novedoso y llamativo. Se supone que apagamos la tele y prendimos el teléfono para escapar de esos lugares comunes groseros y de las telenovelas ridículas que pintaban personajes unidimensionales y estereotipados. El problema del internet que nos construimos es que cambiamos de medio pero no de lente con el que enfrentamos la realidad. No sorprende que los canales y medios virtuales que retomaron la historia de Macario no dejen de subrayar lo que les parece singular: el barrendero que se hizo viral y hace música. Montón de entrevistas y recapitulaciones de la historia viral no hacen más que raspar la superficie de su perfil artístico. Nadie comenta, por ejemplo, que no se trata de un artista nuevo. Que ha venido lanzando música desde el 2019. Que lanzó un extended play en 2022 y un álbum en 2024 donde hospedó a una canción breve y muy bonita que se llama “consultorio ontológico de lo sensible”. Macario hace una música nostálgica que suena a esos huapangos tristes y los acompaña con un sonido folk y una voz con filtro lo-fi que la vuelve más distante y peregrina.
A la industria de la atención no le puede importar menos la profundidad de su música, porque entiende que nos siguen gustando las fábulas que nos zambutieron como papilla en las telenovelas donde la movilidad social se logra solo con el milagro. Esto no es una crítica a Macario como artista ni como persona: me emociona haberlo descubierto y me emociona todavía más encontrarle brillos nuevos al son y al huapango como lo intentan él y otras tantas artistas de talento igual de afilado. Trato de poner el foco no en él sino en el sistema y la industria de la atención que solo ha mercantilizado a su beneficio su historia y que mañana buscará otra persona viral para pararse junto de ella. De ahí que sea muy evidente que quienes lo buscan lo hacen con ese tono artificial que contrasta tanto con ese video que subió él sin pensar que se volvería tan viral. Le regalan una guitarra y se convierten en ese personaje que se le aparece a ese otro Macario que escribió Bruno Traven y luego se hizo película. Ese minotauro de los clichés del paternalismo y las paredes del laberinto de la condescendencia que nunca se fue de las pantallas.
En esa manera obscena en la que la industria de la atención transforma la originalidad en un sándwich de minisúper de la esquina es donde tiro mi bronca. En ese diablo que no está en los detalles sino en la banalidad de agarrarse de una ola de fama breve y luego otra y otra más solo para mantenerse arriba pisando la sutileza del talento verdadero y el trabajo duro. Aunque la realidad es intersubjetiva y todo tiene muchas interpretaciones, me quedo con una moraleja distinta de la historia de Macario. Aunque se hizo viral al paso de una noche con ese video, esos segundos en la ciudad dormida son apenas la punta de un témpano de un artista que ha venido trabajando en encontrarse con su voz. Y si se vuelve viral pese a que se le aparezcan los fantasmas de la industria de la viralidad, deseo que sepa aprovechar la ola y siga produciendo música franca por muchos años.