Gobernar no es fácil. Nadie dijo que lo fuese, pero no siempre nos damos a la tarea de entender concienzudamente por qué tomar decisiones que representen los intereses y necesidades de una comunidad es un nudo gordiano. Todo empieza desde el mundo ideal casi de cuento donde aparece un problema, se le hace frente con los recursos y estrategias necesarias y el problema desaparece. La cosa se pone interesante en la práctica por dos razones fundamentales: (1) en la vida real no hay uno sino un montón de problemas, y (2) nunca tenemos los recursos, tiempo, gente y estrategias para atenderlos a todos.
Ya con eso empieza a torcerse el rabo de los problemas y las políticas públicas. Hay un ligerísimo catalizador de complejidad en esta ecuación que hace falta agregar: definir los problemas. Nuevamente, vas a pensar que es una obviedad y que para definir un problema basta con asomarse a las redes o abrir la boca. La inseguridad en el país. Ya está. Problema definido y vamos a lo que sigue. Pues no. Incluso problemas tan peliagudos como ése requieren que seamos precisos: ¿a quién afecta la inseguridad, quién la produce, cómo es distinta la percepción de seguridad de la seguridad en sí misma?
Ahora bien, hay otros líos y enredos que son complejos de otra manera, porque casi todo lo que hay que gobernar entra en el cajón de “si le mueves un poquito acá, se desbarajusta todo esto otro”. ¿Te suena? La gentrificación es un ejemplo clarito. En términos llanos, la gentrificación es el proceso mediante el cual un espacio (una colonia, digamos) cambia y ese cambio hace que nuevos habitantes de alto poder adquisitivo desplacen (empujen fuera o expulsen, como quieras decirle) a los habitantes antiguos. ¿Le llamamos problema público? Hagámoslo: el acceso a la vivienda y a la ciudad en sí misma debería estar garantizado en todos lados. Lo difícil es que el problema tiene causas varias. Claro que es más fácil decir que el gobierno no hace bien las cosas, pero es harto más complicado explicar qué cosas hizo, cuáles están mal, qué efectos tienen y cómo enderezar el camino.
Además del mercado inmobiliario voraz y compañías de alojamientos temporales interesados en enriquecerse a costa de quien sea, algunas decisiones públicas que son bien intencionadas de origen pueden generar o potenciar la gentrificación. La pandemia aceleró dramáticamente la transición a trabajo remoto en todo el mundo. Como consecuencia, muchos flujos migratorios se intensificaron dado que alguien puede trabajar para una empresa en San Francisco y vivir en la San Rafael. Una jefa de gobierno o alcalde puede ver en esta migración una oportunidad de desarrollo económico para su ciudad. Habitantes con altos ingresos llegan a la ciudad y gastan en la ciudad. Comen tlacoyos, van al vinyasa, toman ubers. Además de generar ingreso a negocios locales, también genera empleo en todos estos servicios. Y una líder de su comunidad hace bien en buscar que su comunidad sea dinámica, genere trabajo, bienestar, competitividad. El problema es que esos beneficios no llegan solos. Los nuevos comedores de tlacoyos quieren vivir en ciertas colonias y están dispuestos a pagar rentar mucho más altas que los chilangos que los precedieron porque pueden y porque incluso siendo carísimas no llegan a ser lo absurdamente caras que son en los lugares donde trabajarían físicamente.
Como resultado, claro que hay más ingresos. Los restaurantes pueden meterle unos pesos más por plato y quienes atienden las mesas ven propinas más generosas, pero lo que se cobija de un lado se súper descobija de otro. La gentrificación no comenzó con la migración reciente a la CDMX. Esto no es un fenómeno exclusivamente internacional. Alguien de altos ingresos de cualquier nacionalidad puede
desplazar a alguien de menor ingreso también de cualquier nacionalidad. México es un país altamente desigual. No necesitábamos visitantes internacionales para gentrificar espacios. Aunque el fenómeno ya existía, la magnitud de un problema público a veces lo vuelve más visible o finalmente urgente para ser atendido en este mundo nada ideal donde hay muchos problemas, pocos recursos, y soluciones a problemas que hacen más grandes otros problemas. Gobernar, sin más detalle, es el cuento de nunca acabar.