Hace un par de días, muy de mañana, el Director General del Fondo de Cultura Económica dio un adelanto de la colección 25 para el 25: un tiraje de dos y medio millones de ejemplares repartidos en veinticinco o veintisiete libros representativos de la literatura latinoamericana. Como si no fuese ya subjetivo y bizantino en sí mismo defender cualquier selección bajo cualquier criterio técnico o estético que responda a la pregunta de cuáles son los mejores textos latinoamericanos, el director tuvo a bien incurrir en el viejo síndrome en el que el remedio resulta peor que la enfermedad.

Al ser increpado sobre el balance entre mujeres y hombres con autorías en esta colección, el director no escatimó en adjetivos para argumentar que un poemario malo no merece ser compartido en ningún sitio por el hecho de ser escrito por una mujer. En el río revuelto, a veces conviene pararse en una piedra resbalosa e intentar desgranar el problema. Hay aquí al menos, desde donde estoy parado, una muy pobre comunicación de ideas, un acierto y un supuesto tremendamente equivocado.

He leído centenares de páginas de las historias en las que el director, como autor, ha descrito con mucha destreza eventos, hazañas, enredos y mitos latinoamericanos. Resultaría irónico pensar que, entonces, no le alcance la técnica para comunicar ideas en sus intervenciones públicas. Desde luego que no es falta de técnica sino de empeño. Como todo humano, multidimensional, tiene sostenidos y bemoles. No olvidemos que ha sido un luchador incesante por el acceso equitativo a la literatura. Justo ese ahínco explica en parte que tenga el encargo que tiene actualmente. Su entendimiento de la promoción y el acceso a la literatura comulga con una idea del Fondo de Cultura Económica libre de elitismo, lentejuelas y formalidades que se convierten en barreras para el público entendido en sentido amplio. El problema es que ese desenfado no aterriza nada bien en todos los escenarios y un cargo público de ese tamaño sí requiere la sensibilidad de quien sabe el tono correcto para comunicar una idea dependiendo del foro.

No es la primera vez que se suscita polémica por sus dichos, pero hay en ese par de enunciados absolutamente desafortunados un miligramo de verdad, aunque mal entendida. Cuando en términos de política pública se busca nivelar la cancha en el acceso a oportunidades para hombres y mujeres, se busca justo eso: que sin importar su género, las personas puedan estudiar, producir arte o cualquier otro bien, publicar y participar de la vida colectiva. Dado que se reconoce que históricamente ha habido una discriminación sistemática hacia las mujeres, además de apuntalar las oportunidades desde abajo, desde la educación, se piensa como medida contingente y de manera intencional abrir espacios a mujeres en espacios decisivos, como congresos, consejos de organizaciones, academias y colectivos artísticos. La búsqueda es la misma: nivelar la cancha, reducir la brecha, dejar de ser unos canallas, básicamente. Lo único cierto en ese dicho es que no basta con ser mujer en esta idea de abrir espacios de manera reactiva. Se trata de equidad y de justicia, de mérito y de empeño. Nivelar la cancha es también reconocer el esfuerzo macizo, venga de donde venga.

Aquí viene la parte más equivocada del caso. Si bien es cierto que en esta política de equidad no basta con ser mujer para tener acceso a estos espacios, en este caso a una colección de textos latinoamericanos, la lógica de ese argumento es que, entonces, hay una condición pero no la otra. Es decir, sí hay mujeres pero no buenos textos escritos por mujeres. De otro modo, estarían en la colección. Ahí radica la médula del embrollo que, tristemente, se olvidará más pronto que la canción de moda. Y ahí está el error más profundo que los archivos del Fondo. No hay veinticinco sino un montón y un poco más de textos escritos por mujeres latinoamericanas que erizan la piel de la potencia literaria que apenas cabe en sus páginas. Claro que el director ha leído más que yo y sabe esto de sobra. Como también sabe que no fue un accidente que el boom latinoamericano estuviese dominado por autores y no por autoras. Y era tanto mejor reconocer que, ciertamente, la lista incluye muchos más hombres. Ese hubiera está en la historia de otra veta del multiverso y ocuparnos de ella es ocioso. Una vez discutido esto y pensando que es mejor promover lo que está bien en vez de hacerle el caldo gordo a lo que no nos parece justo, aquí va una lista de mexicanas a cuyas plumas les sobra literatura y que vuelan en alas que construyeron desde la injusticia Sor Juana, Elena Garro y tantas otras más: Amparo Dávila, Rosario Castellanos, Guadalupe Nettel, Verónica Murguía, Cristina Rivera Garza, Fernanda Melchor, Ana Romero, Bibiana Camacho, Raquel Castro, Gabriela Damián, Alejandra Eme Vazquez. Y así como las letras de sus canciones le merecieron el Nobel de literatura a Bob Dylan, aquí va nada más para que calen los versos que sonaron hondo en el Tiny Desk de la maravillosamente jarocha Silvana Estrada: “y que suenen los cantos como un manto tibio/ curándonos la herida de lo que hemos perdido/ y que un grito cual trueno nos arranque del duelo/ Nos han quitado tanto/ Nos quitaron el miedo”.

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