Se ha vuelto de la jerga cotidiana la expresión de que, cuando uno va y le pregunta algo a una inteligencia artificial y nos responde con un hipopótamo de cinco patas, la culpa no es del robot sino de que uno simplemente no sabe bien explicarle. Como no puedo pensar que no se trata nada más de un capricho que sigue enriqueciendo a las compañías de tecnología y gastando agua por cántaros, se me ocurre que es una alegoría de este tiempo donde no sabemos explicarle a alguien más nada ni explicarnos a nosotros mismos cómo funciona un sacapuntas, ya no digamos una serie de movimientos sociales y problemas públicos en frenético ayuntamiento.

Me explico: resulta de la ironía más cruel que presumimos vivir en la era de la información, del big data, de la información en tiempo real. Y cada lunes parece que hay más datos, pero ignoramos más rápido todo y nos confundimos cada vez más, y nos peleamos con la nada y con el vecino cada vez más, y todo eso se puede medir y cuantificar y ver en la pantalla de un teléfono en tiempo real. Esta humanidad cree saberlo todo aunque no entiende nada. De ahí que nuestra creación más revolucionaria sea un lenguaje con sus algoritmos que se ve como un chat en el que algo que llamamos inteligencia artificial responde a nuestras más alocadas preguntas. Y que no entendamos bien cómo lo hace ni cuándo inventa cosas porque no sabe bien qué responder y que al fin de cuentas importe todo eso muy poco porque, en realidad, ya sabíamos la respuesta y vamos a gritarle a nuestra sombra que nos sobra razón.

¿Se habrán vaciado las ideologías porque llenamos el aire de los símbolos con videos sin inicio ni fin? Tal vez es un agotamiento acelerado por la desesperanza de saber que, en realidad, no hay cambios que sucedan de un plumazo y acaben resolviéndolo todo sin llevarse nada entre las patas. Lo cierto es que hoy ya no sabe uno ni quién marcha cuando alguien marcha, ni qué tan honesta es una consigna ni qué tan joven tiene que ser alguien para que se le considere un manifestante legítimo y no un mercachifle de una élite. Todos los datos se nos desvanecen en el aire, incluso los que deberían mantenerse ahí flotando acaso un par de segundos más para ponerles un miligramo de atención. La misma indiferencia causa entender el complejo entramado que apunta con detalles de todos los recovecos a magnates impostando una rebelión del pueblo que nadie les cree, que es la evidencia de la toma y daca de violencia que viene de ambas direcciones.

Habrá que declararse incompetente, como canta Fito Páez. Aquí, en el desasosiego de la sordera intelectual donde no importa el dato fehaciente ni la razón ni la evidencia en la cara sino quien grita más fuerte. En ese marasmo en el que la verdad pesa mucho menos que la opinión habrá que encontrarle el rabo a la polarización, al mundo que nos exige pelearnos. No es discrepo. Luego, existo, sino mostrar los dientes aunque no se sepa ya bien por qué estamos peleando, como si fuésemos personajes de Pedro Páramo. Habrá que volver, si es que alguna vez estuvimos ahí, a una crítica más inteligente que nos saque de la mentalidad de la revancha. Del ahora va la nuestra, del ustedes contra nosotros y del sálvese quien pueda. Ni estábamos bien antes ni nos han dejado de perseguir esos fantasmas. Aunque esa realización sea flaca de esperanza, estará menos confundida que las computadoras que no saben bien lo que buscamos. Como si alguna vez lo hubiésemos sabido.

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