YouTube, la plataforma de videos más omnipresente de los últimos tiempos, acaba de cumplir veinte años. Es curioso, porque da la sensación de que ha estado ahí, en un hueco de nuestra conciencia, desde siempre. Y a la vez, parece que fue ayer cuando nos embarcamos en el fenómeno social de la viralidad, de que cualquiera podría ser creador de contenido y, aunque brevemente, ser famoso.

En la escala del multiverso, así como en la magnitud del tango, veinte años no es nada, pero incluso siendo una lágrima en la mejilla del tiempo, es un periodo justo para descubrir no cómo cambió la página que hospeda videos sino cómo hemos cambiado nosotros, nuestra manera de contar historias, o al menos algunas historias. El entorno y vida virtuales se han integrado tanto a nuestra cotidianidad que, a veces, cuesta trabajo pensar cómo eran nuestras maneras antes del teléfono inteligente, las redes sociales y la información compartida a través de videos de duración reducida.

Me pongo a pensar en esto porque no creo que la tecnología en este caso implique únicamente un cambio en el vehículo que transmite información. Dicho de otro modo, antes compartíamos historias hablando horas por el teléfono y ahora lo hacemos poniéndonos frente a una cámara. El cambio no radica únicamente en que ya no sostenemos esos viejos auriculares conectados a un cable larguísimo de espiral. Cambió el medio pero también el contenido mismo de lo que contamos. Pongo un ejemplo ahora.

Recientemente se viralizó la historia de un niño en Oklahoma a quien regalaron un pulpo como mascota. Más precisamente, una pulpa, hembra, como descubrió la familia una vez que estuvo en casa. La historia tenía todo para convertirse en un fenómeno breve pero viral como los que inundan cada dos o tres días nuestras redes. Un ninio con un interés casi científico en una mascota poco común, una familia promedio y bien intencionada y una mascota que estaba encinta y al poco tiempo de haber llegado alumbró su acuario con cincuenta crías con sus diminutos tentáculos.

Miles de personas se volcaron con atención desmedida a la historia del niño y sus cincuenta y un pulpos. Sus padres documentaron cada detalle de su viaje tratando de adaptarse a esta madre soltera. Los costos de mantener a esta familia invertebrada se exponenciaron cuando algunas científicas se incluyeron en la conversación haciendo notar que mantener condiciones en cautiverio que aumentaran la probabilidad de mantener a los pulpos con vida era complejo y, sobre todo, caro. Como suele pasar en estas historias virales y relaciones parasociales en las que nos enteramos de santo y seña de gente que no conocemos que los queremos ayudar más que a nuestra abuela, mucha gente ofreció dinero para solventar los costos. Las crónicas de la familia de pulpos eran cada vez más detalladas y el respetable correspondía con millones de seguidores, visualizaciones y corazones digitales.

La familia humana, al tiempo que puso a la venta playeras conmemorativas de la madre y las crías marinas, decidió que lo mejor era buscar hogar para ellos en acuarios profesionales de distintas ciudades, incluso cuando las ofertas de gente que quería pagar para adoptar a una pequeña pulpo llovían. Y así como pasa con las historias virales de internet, un día como si nada, la familia dejó de publicar. Ningún video nuevo, nada de stories, ni una foto de cómo seguían los pulpos y si alguno se había embarcado ya en un viaje a un hogar definitivo.

El perfil en la red social sigue activo pero nadie ha publicado nada en él desde hace varios meses. La historia, como todas, se olvidó y dio paso a una más y otra y decenas de cosas virales de temas distintos, triviales en su mayoría y algunas no tanto. Solo hasta que la periodista Emily Anthes se propuso hablar con la familia humana de la historia de los pulpos, supo que no supieron cómo seguir alimentando a un público ávido de viralidad. Como anticiparon las científicas, ninguno de los pulpos sobrevivió y la familia simplemente dejó de contar esa parte de la historia.

La historia no pretende generar ningún juicio aleccionador sobre atraer atención ni mucho menos. No es una anomalía respecto al comportamiento de las historias virales en internet. Salen a la luz de pronto, se comparten masivamente, generan todo tipo de comentarios y atención y luego desaparecen. Muchas de ellas sin un desenlace, como la historia de los pulpos, como tantos crímenes sin gota alguna de procuración de justicia, como la siguiente historia que va a ser empujada por nuestros pulgares en la pantalla. Claro que cambió YouTube y las redes todas en estos últimos veinte años, pero el medio acabó también cambiándonos a nosotros y a las historias mismas que nos contamos.

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