En semanas pasadas hemos estado intentando entender el complejo fenómeno de descontrol que como consecuencia de un profundo malestar se está dando en diversos países del mundo. Las manifestaciones en Chile, los chalecos amarillos en Francia o las expresiones del feminismo en distintas partes son algunas muestras —en distintos continentes— de algo que parece ser universal.
En las aproximaciones que hacíamos, siguiendo el pensamiento de algunos filósofos políticos y sociólogos, vislumbrábamos que el origen de esta problemática se encuentra relacionado con la denominada tecnoestructura. En las sociedades actuales entendemos por tecnoestructura el conjunto de tomadores de decisiones sobre el rumbo.
Como actores principales de la tecnoestructura se identifican tres: i) el gobierno, ii) las empresas del denominado Planning System y iii) los dueños del denominado Data Science. Cada uno de ellos juega un rol distinto y complementario en su funcionamiento.
El gobierno es el actor que de forma más natural ocupa un espacio propio y fundamental en la tecnoestructura, su papel es fundamentalmente directivo y político.
Las empresas del Planning System son aquellas que por contraposición a las empresas del denominado Market System tienen tal tamaño económico que sus acciones tienen efectos políticos.
Por último, en la sociedad contemporánea que tiene como una de sus características el crecimiento de la información que corre por las redes, sus dueños se han convertido también en parte de la tecnoestructura.
Cada integrante de la tecnoestructura posee un factor simbólico distinto: el gobierno el poder, las empresas del Planning System el dinero y los dueños del Data Science la información.
Los tres elementos: poder, dinero e información son intercambiables entre sí: se puede intercambiar poder por dinero, dinero por información o información por dinero. Los tres elementos dialogan entre sí, de manera que forman un verdadero sistema.
Por otro lado, las sociedades están compuestas por el denominado mundo vital. El mundo vital es el que responde a la parte más profunda del hombre, sus ilusiones, su modo de ver el mundo.
En este sentido parece ser que el origen del malestar está en la distancia a veces de mucha lejanía que existe entre la tecnoestructura y el mundo vital.
Si la tecnoestructura forma un sistema en el que solamente lee y entiende en clave de poder, dinero e información como consecuencia se vuelve incapaz de leer en clave de sentimientos, afectos y otros aspectos que forman lo que entendemos por cultura.
El ciudadano de a pie se siente alejado del discurso, la lógica de funcionamiento y el rumbo que la tecnoestructura decide para la sociedad a la que pertenece. Por su parte, la tecnoestructura supone que los complejos problemas que se viven en los ámbitos profundos de la vida social se resuelven de forma exclusiva con medidas de carácter político, económico o publicitario.
A las recurrentes crisis que hemos vivido en los primeros años del siglo XXI los gobiernos, los sistemas económicos y los medios de información han enfrentado a través de políticas de prestación social, expansión monetaria o publicidad que hagan entrever la inminencia de un mejor futuro. La verdad de las cosas es que hasta el momento actual ninguna de estas herramientas parece haber dado los resultados necesarios.
Se habla de la necesidad de un mediano plazo para que las economías den resultados en el orden social, se habla de la desaceleración de las principales economías emergentes, se habla de callejones sin salida en lo político a lo largo y ancho del mundo.
Sin soluciones claras y plausibles valdría la pena comenzar a voltear a respuestas de orden distinto.
Rector de la Universidad Panamericana / IPADE