Hasta hace unas pocas semanas Chile era país modelo en América Latina y el mundo: la mayor estabilidad y crecimiento macroeconómico promedio en las últimas décadas, el mayor del PIB per cápita en América Latina con una reducción importante de la pobreza.

Como de sorpresa, “mal parado” tomó al mundo el enorme malestar que parece brotar de cada esquina de ese país externado a través de la gran cantidad de manifestaciones tumultuarias, violentas, aparentemente sin motivo grave.

¿Cómo es posible que una economía que ha logrado avances tan relevantes en el combate a la pobreza tuviera escondido por tanto tiempo un malestar social de esa dimensión?, ¿Cómo nadie —por lo menos con la suficiente influencia importante en la opinión pública— fue capaz de leerlo?

Al paso de los años esta situación nos recuerda algo, lo ocurrido en nuestro país en 1968 cuando habiéndose concatenado años de estabilidad económica con crecimiento vigoroso el cauce del malestar social —expresado a través del movimiento estudiantil— desembocó en la tragedia de Tlatelolco que marcó una nueva época en nuestro sistema político.

Buscar una explicación a estos fenómenos a través de la razón económica (en clave de ciudadano como consumidor o del agente económico en clave de elección racional) parece insuficiente. Aunque la causa del problema parezca en una primera instancia la subida de la tarifa del transporte público, quedarse solo en ello es, por decir lo menos, superficial.

En una economía en la que ha crecido de forma significativa la clase media y en la que el poder adquisitivo promedio de la población bajo todas las métricas ha ido en constante aumento no es lógico que un aumento de una tarifa pública cause esta reacción.

Por otra parte, buscar una explicación a través de la óptica del Estado que no ha terminado de cumplir con su función de atender la procura existencial de los ciudadanos, tampoco termina de explicar del todo el fenómeno social y su virulencia.

Así las cosas podemos decir que se trata de un problema complejo, con gran cantidad de causas y de gran profundidad. Desde luego existen causas de origen económico que suman en la ecuación, al igual que causas de origen político, pero la sola explicación de la problemática a través del Estado o del mercado se queda corta.

En este sentido, los brotes de violencia experimentados en otras latitudes del planeta, como el caso de los chalecos amarillos en Francia, los universitarios de Hong Kong o los indignados en distinto países del mundo —cada uno en su propia circunstancia— son de génesis multicausal.

En estos casos tampoco se puede concluir que la explicación a través de la pura lógica económica o la pura lógica estatal. Sin prescindir de ellas hay que intentar entender lo que nos ocurre, este malestar social que en los últimos tiempos parece haber tomado más fuerza a través de motivos más profundos. A eso intentaremos aproximarnos en nuestra próxima columna.


Rector de la Universidad Panamericana / IPADE

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