Claudia Sheinbaum y sus corifeos acusan de traición a la Patria a quienes han mostrado su aceptación de que Estados Unidos, con Trump a la cabeza, participe en el combate al Crimen Organizado en México.
Pero conviene hacer algunos matices; muchos mexicanos dicen estar de acuerdo con dicha estrategia, distinta a la de besos y abrazos de AMLO, pero en concordancia con el gobierno mexicano.
No he oído a político o comentarista que se diga a favor de una intervención autónoma de EU, sino acordada y conjunta con México.
Pero AMLO (esté donde esté) ha hecho saber que no está de acuerdo con un cambio de su estrategia, seguramente no por el “gran éxito” que ha tenido, sino más probablemente por estar involucrado con algunos de esos cárteles.
Así, Claudia estará entre la espada y la pared en este tema (entre muchos). Quizá haya decidido seguir la directriz de AMLO y no aceptar la intervención norteamericana, en cuyo caso se envolvería en la bandera y cantaría el himno nacional para exaltar el nacionalismo, pero frente a sus críticos y otros países eso sería más bien señal del presunto vínculo entre el obradorismo y el narcotráfico.
Quién sabe si el saldo le sería positivo o negativo. Lo que más convendría a su gobierno (y a México) es acordar una acción conjunta, poner reglas y parámetros y hacer un esfuerzo real para contener (que no desaparecer, pues eso será imposible) la acción y la creciente influencia política del crimen organizado en México.
Pero eso implicaría enfrentar a su antecesor, algo para lo cual, al parecer, no está preparada ni dispuesta. Veremos el desenlace, quizá no dentro de mucho tiempo.
Mientras tanto, decíamos, su discurso es igualar a quienes no ven mal una colaboración con EU para enfrentar la narcoviolencia con los conservadores del siglo XIX, que animaron a Maximiliano a venirse como emperador a México.
Nada qué ver. En realidad, quienes propiciaron de diversa manera la injerencia militar de los norteamericanos en nuestros conflictos internos fueron los liberales, y en particular Benito Juárez; justo la contraparte de Maximiliano.
Los norteamericanos habían propuesto al presidente conservador Félix Zuloaga firmar el después llamado Tratado McLane Ocampo, que daba grandes prerrogativas a EU. Zuloaga lo rechazó, y entonces recurrieron a Juárez (el otro presidente), quien aceptó.
Ese acuerdo facultaba a EU a intervenir a favor de su aliado en conflictos internos, y Juárez apeló a él para que la marina norteamericana detuviera a dos fragatas conservadoras que lo pensaban hacer pinza en Veracruz (y Miramón por tierra).
Así lo hicieron los norteamericanos en Antón Lizardo y eso inclinó la balanza a favor de los liberales.
Juárez escribió —feliz, feliz, feliz— a su yerno: “El triunfo de la sagrada causa que defendemos está asegurado. Un gran pueblo (EU) ha hecho alianza con nosotros... Siento que la gran familia liberal no haya podido sola, sin auxilio del extranjero, pulverizar a la reacción... Miramón había combinado perfectamente su plan de campaña sobre ese puerto baluarte de la libertad (Veracruz), de manera que si los vapores norteamericanos no capturan a los buques de Marín y aprehenden a éste, la plaza se rinde y la nefasta reacción triunfa indefectiblemente... el hecho será inolvidable para la República y en el corazón de los demócratas (mexicanos) el nombre de Turner —el capitán estadounidense— y de los suyos vivirá eternamente”.
Desde luego, nadie sabe hoy quién es el capitán Turner pues, por obvias razones, la historia oficial se encargó de borrar ese episodio, pese a ser determinante en el resultado de la Guerra de Reforma.
Después Juárez pidió ayuda a EU para enfrentar a Maximiliano a cambio incluso de territorio, pero el gobierno norteamericano rechazó tan atractiva oferta.
Paradójicamente, fueron pues los liberales —de quienes se dicen herederos los obradoristas— los que apelaron a la intervención militar de EU, no los conservadores.
Analista.
@JACrespo1
