¿Tercer informe de Gobierno? ¿No pasaron apenas 9 meses desde que inició el actual gobierno? Bueno, pues es que otros informes no formales ya quedaron oficializados. El primero fue a los 100 días de gobierno, cuando por tradición política se supone se ofrecen ya algunos primeros resultados. Y el segundo fue el 1 de Julio, en la celebración de un año del triunfo de Morena; un acto propiamente partidista convertido en un informe oficial de Gobierno. Probablemente se busca ubicar desde ya esa fecha en el calendario histórico; 16 de Septiembre, 5 de Febrero, 20 de Noviembre, y 1 de Julio. Podemos suponer que todos los 1 de julio de los años de este gobierno habrá informe y celebración popular.
El Día del Presidente, de alabanzas y aplausos sin chistar, se fue perdiendo a partir de 1988, cuando la oposición cardenista interpeló a Miguel de la Madrid en su último informe. Desde entonces, los informes frente al Congreso registraron actos de protesta o escándalos por parte de la oposición (del PAN, más silenciosa, y del PRD, con gritos y sombrerazos). Fuimos muchos los que celebramos que se terminara el Día del Presidente para buscar un formato distinto, de interlocución e intercambio de ideas aunque no necesariamente con estridencia. No ocurrió. Las cosas se fueron tensado cada vez más hasta que en el último informe de Vicente Fox ya no le fue permitido el ingreso al Congreso.
De modo que tanto Calderón como Peña Nieto organizaron su propia ceremonia fuera del Congreso, resucitando el Día del Presidente. Auditorios formados por colaboradores, representantes de instituciones públicas y gobiernos estatales, y amigos, donde prevalecen los aplausos del respetable cada cinco minutos, sea ante resultados concretos aunque nimios, o bien promesas aún por cumplir. Se pensó que con la llegada al poder de Morena (cuando era PRD), principal crítico en los informes presidenciales del PRIAN, se podría adoptar ahora sí un formato novedoso frente al Congreso. Pero no. El Día del Presidente, con su boato y corte de incondicionales agrada más también a López Obrador, como a los demás.
Todos los presidentes, incluso los más nefastos, han tenido en cada informe algo que presumir; programas sociales, inversiones productivas, obra pública en marcha o a la vista, propuestas legislativas o leyes ya aprobadas, lo que no quita que al final de sus gobiernos las cosas no hayan salido requetebien, o no hayan sido precisamente espectaculares. Pero ahora se insiste en que estamos no sólo ante un buen gobierno (lo cual sería de celebrar), sino ante un nuevo régimen, cuyos efectos serán profundos, benéficos y duraderos. Ojalá. Por ahora, hay cambios menores pero políticamente rentables, como el avión presidencial, apertura de Los Pinos, cese de la pensión presidencial y del Estado Mayor. Los programas sociales son en principio deseables, dependiendo de cómo se logra su financiamiento (a costa de otros que venían funcionando), que no sean clientelares y arrojen resultados duraderos. Eso se irá viendo, pues podrían no ser sustentables en lo futuro o no alcanzar las metas planteadas.
Y se dan por hecho cosas que requieren de mucho más tiempo y esfuerzo, como la separación del poder político del económico, o la consolidación del Estado de Derecho. Reconoce Amlo que la inseguridad no va bien, pero asegura que México se pacificará, sin lugar a dudas. Es pronto para saberlo. Y si bien reconoce de nuevo la falta de crecimiento económico, asegura que en distribución del ingreso y desarrollo hemos avanzado, si bien esos indicadores tardan más tiempo en poderse medir. Por ahora quedará como acto de fe (lo que no es problema contando con un 70 % de feligreses en el país).
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1