Se ha comentado en estos días la aparición de un libro que se enfoca sobre el sector que tradicionalmente funge como el fulcro de la balanza en las elecciones (Switchers S2, de Gabriel González).
Sabemos desde siempre que hay varios segmentos del electorado con distintas características, y que pueden clasificarse a partir de diversos criterios.
Hay un voto duro en cada partido, que ha decidido emitir su voto por determinado partido o candidato a quien respalda incondicionalmente.
Pero ese sector duro no garantiza el triunfo de su partido. Y en medio está el sector de indecisos y los switchers (cambiantes) que pueden votar por un partido en una elección y por el contrario en otra, o incluso cambiar de parecer durante la misma campaña.
Son esos segmentos intermedios los que definen la elección, según se inclinen mayoritariamente hacia un lado u otro.
Pero hay una característica que los distingue; no están convencidos por ningún partido en concreto, desconfían en general de todos, y ven con lupa a los candidatos de los que generalmente tienen bastante desconfianza sobre lo que ofrecen.
De ahí que su voto no esté claramente definido. Simplemente hacen un cálculo de cuál es el “mal menor”. De ese segmento surge también el famoso “voto útil” y el “voto de castigo”, que en realidad están muy emparentados.
Ejemplos: muchos de esos votantes se fueron en 1988 por Cuauhtémoc Cárdenas como la mejor forma de cimbrar al régimen del que ya estaban cansados.
Pero no necesariamente estaban convencidos de la ideología de Cuauhtémoc, sino sólo darle un calambre al PRI para que cambiara su trayecto (y en efecto, fue el inicio de la democratización posterior).
En 1994 el PAN partió en el tercer lugar, y se hablaba de un posible “choque de trenes” (es decir, un empate técnico) entre el PRI y el PRD.
Pero tras el debate presidencial donde Diego Fernández arrasó, el PAN se ubicó en segundo sitio cercano a Ernesto Zedillo, y se mandó al PRD a un lejano tercer sitio. ¿Quiénes provocaron ese cambio drástico?
Los switchers, que se convencieron más por Diego que por Cárdenas.
En el año 2000 el PAN de Fox hizo una abierta invitación a quienes, sin ser panistas o foxistas, quisieran ya provocar una alternancia (la primera pacífica de nuestra historia).
Ya en 1999 Fox aparecía en segundo lugar muy lejano a Cárdenas, que estaba nuevamente en un lejano tercer lugar. Convocó a no panistas a votar útil para lograr la alternancia, y un 7% de ese tipo de voto (que no votó por el PAN en el Congreso), le dio el triunfo.
En 2006 AMLO arrancó con gran ventaja (entre 15 y 20 puntos), pero su discurso estridente, sus ataques a Fox y su descalificaciones a las clases altas y empresarios provocaron que los “switchers” que habían decidido votar por él, cambiaran de parecer y favorecieron a Calderón, por lo cual se llegó a la elección en empate técnico.
En 2012 los switchers ya no le dieron su voto al PAN, y parte de ellos optaron por AMLO que subió al segundo lugar, pero todavía muchos desconfiaban de él por lo ocurrido desde 2006, y se inclinaron por Peña Nieto.
Finalmente, en 2018, los switchers estaban ya decepcionados tanto del PAN pero sobre todo del PRI de Peña, que no tuvo ni sensibilidad ni honradez. Y el pleito abierto entre esos dos partidos envió a varios switchers a favorecer a AMLO, y de ahí su ascenso del 35% al 53% de voto.
No fue tanto que AMLO ganó, sino que las coaliciones del PRI y el PAN perdieron la elección por haber hartado a los votantes no duros.
Hoy por hoy, muchos switchers que votaron por AMLO en 2018, ya se decepcionaron (su voto no es incondicional, y por eso puede cambiar de una elección a otra).
Es este segmento —entre 40 y 50% quitando a los abstencionistas—, no claramente entusiasmado por ninguno de las actuales candidaturas, quien definirá la elección, según hacia donde se incline mayoritariamente. Ese es y debe ser el objetivo (“target”) de los candidatos.
Analista. @JACrespo1